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CRÍTICA | LOS MILAGROS DEL CIELO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Propaganda espiritual

Hay una invitación a un modo de vida, hay una invitación a unos principios, hay propaganda

Javier Ocaña
Martin Henderson y Jennifer Garner, en el filme.
Martin Henderson y Jennifer Garner, en el filme.

A veces a las películas hay que rascarles un poco para ver lo que hay bajo su superficie. Porque, más que relatos, de vez en cuando lo que te venden son ideas. Positivas, negativas, eso quedará en la conciencia y en los pensamientos de cada espectador, pero ideas al fin. Los milagros del cielo, cuarto largometraje de la mexicana afincada en Los Ángeles Patricia Riggen, es un aparente melodrama familiar sobre un hogar razonablemente feliz que ve cómo la enfermedad se instala en una de sus vertientes más dolorosas e indefensas: una niña de 12 años. A partir de ahí, el combate entre la fe y la realidad, entre las creencias y el acecho de la muerte. Sin embargo, si se hurga, y los alrededores invitan a hurgar, hay mucho más. Hay una invitación a un modo de vida, hay una invitación a unos principios, hay una idea de América. Hay, en definitiva, una propaganda.

LOS MILAGROS DEL CIELO

Dirección: Patricia Riggen.

Intérpretes: Jennifer Garner, Martin Henderson, Kylie Rogers, Queen Latifah.

Género: melodrama. EE UU, 2016.

Duración: 109 minutos.

De hecho, Los milagros del cielo no es la primera muestra de esta propaganda. El cielo es real, producida por los mismos responsables hace dos años, y estrenada también en España, ya estaba asentada en los mismos estamentos: enfermedad infantil (en aquella, la de un crío de cuatro años), experiencia cercana a la muerte, aparición de espíritus, curación milagrosa, moraleja sobre la necesidad de la fe. En ambas películas no hay una verdadera discusión teológica; tampoco una reflexión espiritual. Son relatos para almas superficiales, basados en la más antigua de las explicaciones religiosas: la fe como defensa; la fe como consuelo. Todo ello ejemplificado en la imagen del pastor evangélico, versión 2.0 de aquel Elmer Gantry de Sinclair Lewis, en una de las secuencias de la película: con un casco de moto puesto durante el sermón, afirmando que eso era la fe. Naturalmente, lo que rodea a esa propaganda es de lo más estiloso: desde el grupo de rock, entre el country y el power pop, que canta en las misas, hasta las enseñanzas que dominan en las proles protagonistas: trabajo, solidaridad, familia y, más allá, Dios y ¿patria?

Los milagros de Dios no se ahorra (casi) nada en la explicitud de la agonía de la niña ni, casi en consonancia, en la cursilería de la visualización del prodigio. Sin embargo, aparte del castigo que recibe el personaje secundario que se atreve a rechazar el colgante de una cruz como apoyo, quizá lo más inquietante de estas dos producciones merezca párrafo aparte.

Ambas historias afirman estar basadas en hechos reales.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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