La eterna novedad de los clásicos
Los centenarios pasan, los libros quedan. Las editoriales aprovechan la avalancha de conmemoraciones para reivindicar obras a veces más citadas que leídas
Para empezar, Italo Calvino: “Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”. Shakespeare y Cervantes llevan 400 años sacudiéndose un polvillo que, por paradójico que parezca, antes que oscurecer sus obras las ilumina. En tiempos en que los clásicos están de retirada en la educación y las librerías se alimentan de novedades, los aniversarios son una buena manera de llegar a esos libros que, por seguir con Calvino, “cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”.
1. Ser o no ser (Hamlet). Aparte del Cardenio estudiado por Roger Chartier, el camino más corto entre Cervantes y Shakespeare pasó tradicionalmente por Luis Astrana Marín (1889-1959). Al erudito conquense le debemos tanto una biografía del primero en siete tomos como la traducción de las obras completas del segundo. Muchas de sus versiones siguen vivas en el Libro de Bolsillo de Alianza. Otro nombre español asociado al del bardo es el de Ángel-Luis Pujante, que ha recogido en tres tomos, publicados por Espasa, todo el teatro de Shakespeare, completando sus versiones de la colección Austral con las de otro imprescindible: Salvador Oliva. Por su parte, Andreu Jaume ha preparado otra edición de obras completas, esta vez para Penguin Clásicos, que además ha recuperado exenta la mítica traducción de Hamlet de Tomás Segovia, que resolvió con ingenio el famoso monólogo: “Ser o no ser, de esto se trata”.
Por el lado de las recreaciones, Lumen lanza una serie en la que autores como Anne Tyler, Jo Nesbø o Margaret Atwood escriben sus propias historias inspirándose en La tempestad, Otelo o El mercader de Venecia. La fiesta arranca con Jeanette Winterson partiendo de Cuento de invierno para El hueco del tiempo. El mismo espíritu ha dado lugar a la antología Lunáticos, amantes y poetas (Galaxia Gutenberg), 12 relatos de autores en inglés y castellano como Ben Okri, J. Gabriel Vásquez, Nell Leyshon, Marcos Giralt, Hisham Matar, Soledad Puértolas o Vicente Molina Foix.
2. Yo sé quién soy (don Quijote). Francisco Rico suele decir que la peor edición para leer el Quijote es la primera, la de 1605, porque de ella derivan todas las erratas de las posteriores. La mejor, mientras, es la publicada en dos volúmenes por el propio Rico dentro de la colección de clásicos de la RAE (existe una manejable edición conmemorativa en Alfaguara). Los que no se atrevan del todo pueden tirar de la versión escolar preparada por Arturo Pérez-Reverte para Santillana y la propia RAE —que prescinde de las historias intercaladas— o de la versión en castellano actual de Andrés Trapiello publicada por Destino.
Para comprobar que Cervantes no se termina en el Quijote se puede recurrir a las Obras completas que acaba de reeditar Cátedra al tiempo que publica un tomo con sus Poesías. Los versos del padre de la novela moderna también pueden leerse en Viaje del Parnaso y otras poesías, un volumen lanzado por Penguin Clásicos en compañía de La Galatea y la obra póstuma de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, una novela bizantina cuyo estremecedor prólogo fue el lugar elegido por su autor para despedirse de la vida en abril de 1616. La editorial Hiperión también publica una edición de este libro de viajes por media Europa con destino Roma.
Además, todas esas obras siguen produciendo estudios y comentarios que van desde la acotación minuciosa de una parte de la vida del novelista —Miguel de Cervantes: los años de Argel (Acantilado), de Isabel Soler— a la interpretación de un tema clásico: la locura de Alonso Quijano: Don Quijote, el poder del delirio (La hoja del monte), del psiquiatra Francisco Alonso-Fernández. Otra manera de leer un clásico es hacerlo con un ojo en el Telediario, y eso es lo que hace Erri de Luca en Don Quijote y los invencibles (Círculo de Bellas Artes), que reproduce el espectáculo teatral protagonizado por el escritor italiano. Conclusión: los centenarios pasan, los libros quedan.
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