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El hombre que conoció a todo el mundo

Los diarios de Harry Kessler son un testimonio decisivo sobre el mundo intelectual y político de Europa de finales del siglo XIX y principios del XX

Harry Kessler retratado por Munch en 1906.
Harry Kessler retratado por Munch en 1906.

El conde Harry Kessler (1868-1937), hijo de una aristócrata irlandesa y de un poderoso banquero alemán, fue un personaje sobresaliente en el ámbito cultural y político de la Europa de finales del siglo XIX y hasta los años treinta del XX. De refinada educación, estudió en París (donde nació), Ascot y Hamburgo; cursó derecho e historia del arte en Bonn y Leipzig e instaló su casa en Weimar, brillante epicentro alemán del modernismo y las vanguardias. Allí dirigió el museo de Arte y Oficios e impulsó los trabajos del Archivo Nietzsche, dirigido por Elisabeth Förster-Nietzche, anciana señora a la que trató mucho.

El ejemplar cosmopolitismo de Kessler —no se sintió vinculado sólo a una patria—, su fortuna económica y su amor por la cultura, le permitieron residir largas temporadas en Berlín, París o Londres. Participó en la I Guerra Mundial, en el bando austriaco-alemán, con misiones culturales; vivió la debacle del Imperio Austrohúngaro y, como candidato al Partido democrático, participó activamente en la política de la República de Weimar. Lo mejor es que Kessler llevó un profuso diario desde su juventud hasta el final de su vida, desconocido hasta ahora en castellano.

J. Enrique Ruiz-Domènec ha preparado una selección de este extenso diario (una decena de tomos en el original), con una introducción informativa, claras anotaciones y excelente traducción. Recopila entradas de Kessler referidas a su pasión por el arte, sus amistades durante la “belle époque”, las vivencias de la guerra mundial y la posguerra, los dorados años veinte y el ascenso del nazismo.

Kessler era un escritor cerebral y objetivo; su memoria, más fría que emotiva, registró encuentros con Rilke, Hoffmannsthal, André Gide; Edvard Munch (quien pintó un célebre retrato de Kessler), Rodin, Van de Velde, Richard Strauss, Misia Sert, Pierre Bonnard y muchos otros literatos y artistas. Digno de destacar es el recuerdo de la visita al poeta Verlaine, en una humilde vivienda parisina, o los paseos llenos de luz mediterránea con el escultor Maillol, de quien Kessler fue mecenas.

La política desempeñó un importante papel en su vida. Significativas, sus descripciones de la berlinesa revolución comunista y la contrarrevolución, con los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Liebknecht. Kessler, al que apodaron “el conde rojo” por sus ideas democráticas y antinacionalistas, fue amigo de Rathenau, quien poco antes de morir asesinado le anunció que Alemania peligraba porque “ésta es una época de mediocres”. Kessler, por su parte, conoció a grandes talentos de la época, por ejemplo, a Albert Einstein, quien le explicó de manera “sencilla” la teoría de la relatividad. Por otra parte, desenmascaró enseguida al mediocre más peligroso de todos: apenas observó a Hitler, Kessler lo tildó de “neurótico con ansias de muerte”. En él vio personificada la hecatombe bélica que se avecinaba mucho antes de que los nazis llegaran al poder.

Así pues, un testimonio de primer orden sobre el mundo intelectual y político de aquella Europa brillante y terrible en la que la modernidad mostró sus caras más amables y las más amargas.

Diario (1893-1937). Harry Kessler. Edición de José Enrique Ruiz-Domènec. Traducción de Raúl Gabás. Ediciones Libros de Vanguardia, Barcelona, 2015, 536 páginas, 24 euros.

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