El Nobel y su editor
Editar es una pasión extraña y sacrificada: los autores brillan, los editores esperan

Editar es una pasión extraña, gratificante y sacrificada; los autores brillan, los editores esperan. Abrazan los editores la obra de sus autores, como si la hubieran escrito, y al final esta aventura común tiene en el éxito una lumbre, pero el fracaso tiene otro dueño. Así es la vida de las luces y las sombras de este oficio magnífico e invencible, acaso como el oficio de periodista: el oficio de poner en las manos de la gente lo que piensa, imagina o hace otra gente. En esta hora en que ya nos falta, en el universo extraordinario de la literatura, la figura sencilla pero venerable de Kertész, una especie de Leonardo Sciascia del Este, preocupado, desde su dolor por el dolor del mundo, preso y herido por la mayor ignominia del siglo XX, viene a la memoria del oficio de editar la figura de un hombre también inolvidable y que también nos falta: Jaume Vallcorba. El editor catalán, un entusiasta de la vida, y de la vida en los libros, apostó por Kertész, por su sencillez, por su dolor, por su persona y por sus libros, con la pasión que puso por todos los libros de su inmenso catálogo inteligente, y lo publicó en sus libros tan venerables como este autor, como sus autores. Ese encuentro del autor y del editor fue, en este caso también, una prolongación de la escritura, pues ningún libro, ninguna palabra, ninguna letra de un libro se concluye hasta que el editor no se arriesga con la sabiduría de abrazar lo escrito por otro y darlo al lector como si fuera su obra. Y la obra de Vallcorba incluye, sin duda, la obra entera de aquel Nobel sencillo que ahora, como Vallcorba, falta en nuestro difícil universo animado por los libros.
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