The Velvet Underground, héroes de la contracultura
Una exposición en la Filarmónica de París describe la trayectoria del grupo fundado por Lou Reed y John Cale
De ser aquella banda ignorada por el desganado público del Café Bizarre neoyorquino, donde debutaron hace poco más de medio siglo, The Velvet Underground se ha terminado convirtiendo en objeto de uno de los mayores cultos de la historia de la música popular. Y de malvivir en las calles del Lower East Side, Lou Reed y John Cale pasaron a ser considerados genios y leyendas que lograron torcer el destino del rock and roll. La gran exposición que hoy abre sus puertas en la nueva Filarmónica de París, mastodóntica y polémica obra de Jean Nouvel donde estará abierta hasta el 21 de agosto, parte de una misión meritoria: tratar de entender de dónde surgió ese grupo de jóvenes descastados, devorados por las drogas y carcomidos por el electroshock, y de cómo consiguieron que el establishment, siempre opresor de los diferentes, cediera terreno ante su poesía nublada y su filosofía siniestra.
A través de cientos de fotografías, vídeos y archivos privados, la muestra describe el rumbo de la contracultura estadounidense en las últimas décadas. Surgió como una reacción marginal al pensamiento único de la posguerra, ese que obligaba a exhibir sonrisas forzadas y llenar el hogar familiar de electrodomésticos, pero terminó teniendo la misma repercusión inesperada que obtuvo la banda. En la entrada de la muestra, un díptico realizado para esta ocasión por Jonathan Caouette, ese cineasta que destapó los secretos de su familia montando cintas de Super-8 rodadas durante su adolescencia, condensa todas las contradicciones que brotaban en los Estados Unidos de los sesenta. Por una parte, estaba Mary Poppins. Por la otra, las protestas en Washington Square y el movimiento de los derechos civiles. Y, de fondo, los versos resentidos de Allen Ginsberg: “América, te lo he dado todo, pero no soy nada”.
De esa tensión entre la superficie impoluta y la inmundicia barrida bajo la alfombra surgió The Velvet Underground. “Los primeros en rebelarse fueron los poetas de la Generación Beat. El mismo Lou Reed dijo que, sin la existencia de Ginsberg, hubiera sido imposible escribir rock moderno. Fue él quien liberó la palabra, proponiendo una ruptura con esa ideología y ese imaginario dominante”, explica el comisario Christian Fevret, fundador de la revista Les Inrockuptibles y responsable de la muestra junto a Carole Mirabello. En una sala, un puñado de fascinantes fotografías de Fred McDarrah para Village Voice describen los protagonistas del Manhattan de la época, como Jack Kerouac, Bob Dylan, Diane Arbus, Susan Sontag o un joven Woody Allen. El encuentro entre Reed y Cale tuvo lugar en ese Nueva York intranquilo, “una ciudad sucia y quebrantada, pero efervescente en lo artístico, por la que circulaban cineastas, poetas, escritores y fotógrafos”, como apunta Fevret.
Los fundadores de The Velvet Underground fueron algo así como hermanos postizos, nacidos a una semana de diferencia en marzo en 1942. Cale era hijo de un minero galés y fue un niño prodigio que brilló en su dominio del piano y el violín. Iba para director de orquesta, antes de que el movimiento Fluxus y el compositor de vanguardia La Monte Young se cruzaran en su camino. Por su parte, Reed surgía de la clase media judía de Brooklyn y había sido un alumno brillante, aunque problemático. Fueron mentes privilegiadas pero también torturadas, que vivieron algo parecido al amor platónico, antes de protagonizar un enfrentamiento que, visto con distancia, parecía inevitable.
No estuvieron solos. La exposición destaca a los principales protagonistas de este peculiar ecosistema, dedicando distintas capillas a personajes como Barbara Rubin, la joven artista de vanguardia que les presentó a Andy Warhol, antes de meterse en una secta hasídica y morir a los 35 años; Angus MacLise, el poeta ocultista que terminó convirtiéndose en primer batería del grupo –antes de la llegada de Moe Tucker, hoy militante del Tea Party–; Jonas Mekas, adalid del cine de vanguardia que ha realizado un video para la exposición; y, sobre todo, Nico, la cantante y modelo alemana de timbre imposible que terminó robando algo de luz al propio Reed. También aparece Warhol, aunque su papel parezca algo minimizado. “No hemos querido cuestionar su importancia, pero sí dejar claro que la Velvet existió antes y después de Warhol. Les ayudó mucho, pero no fueron sus criaturas: en realidad, su colaboración duró solo un año y medio”, sostiene el comisario.
En la última sala, queda claro que la banda dejó marca y creó escuela. Una gramola virtual permite revisar las innumerables versiones de sus temas, de de Waiting for the man por David Bowie, el primero en reivindicar a la banda dos años después de su disolución, hasta una espectral Candy says a cargo de Beth Gibbons. Alrededor, aparecen las fotografías de los bajos fondos de Nan Goldin, quien tituló una de sus muestras I’ll be your mirror, y un video donde Douglas Gordon entona sus temas.
Dos platos fuertes acompañarán esta exposición. El propio Cale recalará en París el domingo para volver a interpretar el álbum The Velvet Underground and Nico (el del plátano warholiano), con invitados como Pete Doherty, Étienne Daho o Lou Doillon. El segundo tendrá lugar a finales de mayo, en un homenaje protagonizado por Tom Verlaine (Television), Martin Rev (Suicide), Dean Wareham (Luna), Eleanor Friedberger (The Fiery Furnaces) y Bradford Cox (Deerhunter), herederos de su sonido y estética surgidos de generaciones sucesivas. Su sombra, en todos los sentidos, es bastante alargada.
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