Gratis total en Memphis
En los primeros setenta, el periodismo de rock parecía omnipotente. Era capaz de poner en órbita a desconocidos como Springsteen
Imagino que están al tanto del estreno de la serie Vinyl; dicen que HBO quiere retrasar su emisión en España. Por los capítulos vistos hasta ahora, ofrece más de lo que esperábamos (tiene un arranque trepidante) y menos de lo que prometieron. Resumo: un buen número de sobadas anécdotas sobre el negocio musical, posiblemente bendecidas por Mick Jagger, y el típico héroe, entre visionario y descontrolado, del universo de Martin Scorsese.
La acción transcurre esencialmente en 1973 y en Manhattan. Eso, supongo, va a impedir que se cuenten otras historias extraordinarias ocurridas ese año pero lejos de Nueva York. Por ejemplo, el primer (¡y único!) conclave mundial de críticos de rock, que se desarrolló en Memphis, Tennessee.
Semejante historia nos suena hoy más que alucinante: una discográfica pagó la factura de juntar durante tres días a ciento y pico periodistas estadounidenses (más un puñado de representantes europeos) para intentar montar ¿un sindicato de especialistas en rock? Exacto.
¡Solo en América! Una empresa capitalista financiando la sindicalización de los trabajadores... de otro ramo. Para más inri, Stax llevaba la bandera del Black Power y los invitados eran blanquitos. Pero Stax, a pesar de la encendida retórica de Al Bell, su cabeza visible, ansiaba entrar en el apetitoso mercado del rock. Había fichado un grupo británico (Skin Alley) y financiaba un estudio/sello llamado Ardent, donde grababan Alex Chilton y sus socios de Big Star.
Visto desde fuera, en los primeros setenta, el periodismo rock lucía omnipotente: aquellos tipos alardeaban de poner en órbita a desconocidos (al año siguiente, Jon Landau lo lograría con su "he visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen"). A la convocatoria acudieron desde guerrilleros del fanzine a figuras legendarias como Lester Bangs, Lenny Kaye, Nick Tosches, o Cameron Crowe, luego director de cine, que facturaría una visión tramposa del oficio con Casi famosos.
Aquel fin de semana en Memphis ha quedado como la clásica bacanal: drogas, alcohol, sexo, gamberradas. Gratis total, aquellos plumillas pudieron comportarse como monstruos del rock, entre visitas guiadas a una cervecera, un almacén de discos y la mansión de Elvis. Lograron incluso que actuara Big Star, en un momento delicado, con la banda reducida a trío tras la marcha de Chris Bell.
Antes de que me acusen de chapotear en nostalgias, déjenme añadir que los colegas no se cubrieron de gloria precisamente. Les faltaba mundología: como en cualquier convención, acudió un enjambre de damas atractivas. Tardaron en entender que aquellas bellas señoritas repentinamente interesadas por su problemática laboral esperaban una recompensa en metálico.
También evidenciaron su ignorancia de la dinámica racial en una ciudad sureña. Stax podía ser la gran compañía de Memphis, tras el eclipse de Sun Records, pero eso no significaba que tuviera alguna relación con Elvis Presley. El sueño de ser recibidos por el Rey del Rock se estrelló contra las verjas de Graceland.
Tampoco eran tan cosmopolitas como aseguraban. Abundaron los chistes lamentables a costa del único cronista abiertamente gay allí presente, que ya había detectado la emergencia de la disco music. Lo peor: aunque hubo discusiones apasionadas, el sindicato (nombre final: Rock Writers of the World) no despegó. Nunca llegó a negociar con la patronal —revistas, diarios— las exigencias de mejores tarifas y cobertura sanitaria.
Resultó premonitorio: los posteriores intentos de organizar al colectivo, en diferentes países, se han quedado en coitus interruptus. Como demostraron los Rock Writers of the World, ay, el himno oficioso de la profesión parece ser You can’t always get what you want.
Lester Bangs y Cameron Crowe en su encarnación cinematográfica ("Almost famous").
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