Maniqueísmo acorazado
La ópera prima de la actriz devenida directora Demiz Gamze Ergüven es un caso de libro de película acorazada por su mensaje y sus buenas intenciones
Algunas películas parecen estar acorazadas por su mensaje y sus buenas intenciones. Mustang, ópera prima de la actriz devenida directora Demiz Gamze Ergüven, es, en este sentido, un caso de libro. Nada que reprochar a su condición de señal de alerta, a la urgencia de su propósito, que levanta acta de la pérdida de libertades y conquistas sociales en una Turquía cuyos poderes parecen ver con buenos ojos un viraje hacia el integrismo religioso. Mucho que reprochar, no obstante, a la cineasta por el modo en que diversas decisiones narrativas y estilísticas condenan su trabajo al maniqueísmo, a una cierta inverosimilitud y al desalentador recorrido unidireccional de la película de tesis.
MUSTANG
Dirección: Demiz Gamze Ergüven.
Intérpretes: Günes Sensoy, Doga Seynep Doguslu, Tugba Sunguroglu, Elit Iscan, Ilayda Akdogan.
Género: drama. Francia, 2015.
Duración: 97 minutos.
En Mustang, cinco hermanas huérfanas que se han trasladado a vivir con sus tutores familiares —residentes en la provincia de Kastamonu, que convierte Estambul en el Xanadú inalcanzable de las muchachas— son sometidas a un estricto régimen doméstico-disciplinario, después de que un inocuo juego adolescente sea sancionado como inmoral por una de sus vecinas. La película se convierte, a partir de ahí, en una respuesta turca a La casa de Bernarda Alba a través de una cierta evocación estética de Las vírgenes suicidas (1999), adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides por parte de Sofia Coppola.
Hay algo sospechoso en la apuesta de Gamze Ergüven por una fotogenia —sexualizada y publicitaria— que resulta escasamente justificable en términos narrativos: en serio, si los familiares estaban a un palmo del integrismo, ¿las hermanas nunca habían tenido problemas por vestir de tal guisa en ese opresivo entorno? Una elipsis brusca y un estudiado fuera de campo cobran la forma de rutinarios protocolos para gestionar los dos elementos más escabrosos de la trama, colocados con una delatora debilidad por el trazo sensacionalista. Mustang es una de esas películas que plantean problemas constantes a sus protagonistas, pero ninguno a sus espectadores: no hay matiz, ni ambigüedad, ni, en el bando opresor, ningún personaje digno de tal nombre, sólo arquetipos al servicio de una idea.
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