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CRÍTICA | 13 HORAS: LOS SOLDADOS SECRETOS DE BENGASI
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La bandera se hunde

Es puro Michael Bay. Adrenalina, hermandad, honorabilidad, patriotismo, familia. De trazo grueso en el retrato de caracteres.

Javier Ocaña
John Krasinski, en '13 horas: los soldados secretos de Bengasi'.
John Krasinski, en '13 horas: los soldados secretos de Bengasi'.

13 HORAS: LOS SOLDADOS SECRETOS DE BENGASI

Dirección: Michael Bay.

Intérpretes: James Badge Dale, John Krasinski, David Denman, Pablo Schreiber.

Género: bélico. EE UU, 2016.

Duración: 144 minutos.

El último plano de una película nunca es casual, y más el de una obra como 13 horas: los soldados secretos de Bengasi, nuevo largometraje de Michael Bay, sobre el ataque terrorista al consulado de Estados Unidos en la ciudad libia, el 11 de septiembre de 2012, que acabó con la muerte del embajador y otros tres integrantes de la misión diplomática. En esa última imagen, una bandera de Estados Unidos aparece semihundida bajo el agua, como símbolo de un país, y sobre todo de una política exterior que, siempre según la tesis de la película, antes se hacía entender y respetar, y ahora aparece resquebrajada por los errores de concepto, desde la presidencia, y por los fallos tácticos y de coordinación entre el Departamento de Estado, la CIA y las fuerzas de seguridad desplegadas en el exterior.

En ningún momento se citan los nombres de Barack Obama y de Hillary Clinton, entonces jefa de la diplomacia, pero no es necesario. Los héroes son los exsoldados SEAL de Operaciones Especiales contratados por la CIA, los tipos duros que, por órdenes superiores, no pudieron defender a su manera a los diplomáticos de la misión, quizá extralimitándose legalmente en territorio libio soberano.

13 horas es puro Michael Bay. Adrenalina, hermandad, honorabilidad, patriotismo, familia. De trazo grueso en el retrato de caracteres. “Tu país debería aclararse”, dice uno de los soldados estadounidenses al intérprete libio que les ayuda, en una frase tan directa como simple. Una apoteosis del asedio y del americanismo, filmada con descomunal potencia y verosimilitud. Una película que parece criticar, o al menos cuestionar, decisiones exteriores como la ayuda a la formación de ejércitos locales, que a la postre se revelan como poco profesionales o directamente inservibles, y ensalzar la labor de antiguos integrantes de la maquinaria militar estatal, ahora auspiciados por contratos privados. Es decir, lo que algunos podrían llamar competentes, y otros, mercenarios al servicio del dinero y un modo de vida sin las reglamentaciones del derecho internacional.

Que la película llegue en plena tormenta preelectoral, con Donald Trump ensalzando a Bay y con Clinton luchando esta vez por ser candidata a la presidencia, tampoco parece casual. Como ese último plano.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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