La Berlinale premia a Michael Ballhaus, maestro de la cámara
El director de fotografía, conocido por su colaboración con Fassbinder y Scorsese, recibe el Oso de Oro honorífico del festival
Suyo es el plano flotante que seguía el movimiento de los protagonistas de Uno de los nuestros en la cocina del club nocturno. También el mítico travelling circular que envolvía a Michelle Pfeiffer mientras cantaba Makin’ Whoopee en Los fabulosos Baker Boys. Y los fotogramas teñidos de rojo pasional y sanguinario del Drácula de Francis Ford Coppola. La Berlinale premió anoche a uno de los grandes directores de fotografía de las últimas décadas, Michael Ballhaus, de 81 años, que recibió el Oso de Oro honorífico del festival por su larga trayectoria en el cine alemán y estadounidense.
“Cuando nos sentamos en una sala de cine, creemos estar viendo la película con nuestros propios ojos. En realidad, la estamos viendo a través de los ojos del director de fotografía. Y los mejores son aquellos que se mantienen invisibles”, escribe el crítico de cine Claudius Seidl en el programa del ciclo dedicado a Ballhaus por el festival, que en los últimos diez días ha proyectado una selección de sus mejores trabajos en las últimas cuatro décadas. La definición se ajusta perfectamente al trabajo de Ballhaus, siempre reacio al virtuosismo ostentoso.
Su pasión por el cine empezó durante una visita al rodaje en Múnich de Lola Montes, que dirigió Max Ophüls. “Suelo olvidar todos los nombres, pero sigo recordando el de su director de fotografía, que se llamaba Christian Montras. Su trabajo me fascinó. Salí de allí diciéndome que tenía que hacer ese trabajo”, recordaba ayer. Inspirado por grandes operadores como Raoul Coutard, colaborador de Jean-Luc Godard, o Sven Nykvist, el mítico director de fotografía de Ingmar Bergman, Ballhaus no tardó en hacer realidad ese deseo.
Tras formarse en la televisión alemana, empezó a colaborar con jóvenes directores del llamado nuevo cine alemán, con Rainer Werner Fassbinder en cabeza. Su relación acabó siendo tan provechosa como turbulenta. “Lo bueno de trabajar con Fassbinder fue que, después de colaborar con él, entendí que me podía enfrentar a cualquier cosa”, ironiza Ballhaus. “Fassbinder era un hombre muy estricto y muy poco agradable. Me encargaba tareas cada vez más difíciles para ponerme a prueba, pero yo nunca me quejé. Después nuestra relación mejoró, aunque a veces seguía siendo bastante horrible”, recordó. Esa relación nunca fue más allá del rodaje: “Era inimaginable sentarse a cenar con él. Pasaba su tiempo en discotecas, hablando de quién se acostaba con quién. Yo tenía mujer e hijos y solo quería volver a casa”.
Terminaron rodando 15 películas, empezando por Whity, rodada en 1970, que definió la textura rugosa y los decorados reales que caracterizaron el cine de Fassbinder, cuyos planos secuencia exigían complejos movimientos de cámara. Por si fuera poco, al cineasta alemán no le gustaba tener que esperar. Había que trabajar rápido y aportar soluciones ingeniosas. Su última colaboración llegó con El matrimonio de Maria Braun (1979), cuyo rodaje Ballhaus califica de “espantoso”. “Fassbinder me propuso hacer su siguiente película, pero no pude más y me marché”, recordaba ayer.
A mediados de los ochenta, después de trabajar con cineastas independientes como John Sayles o James Foley, le llamó Martin Scorsese, a quien había conocido en la Berlinale de 1980, donde el director presentó Toro salvaje. Le propuso rodar Jo, ¡qué noche! (Afterhours). “Era un proyecto muy ambicioso, pero con muy poco presupuesto: 4 millones de dólares para 40 días de rodaje, y siempre por la noche. Scorsese llevaba tiempo sin trabajar con tan pocos medios, pero no había conseguido mucho dinero porque su anterior película [El rey de la comedia] no había tenido ningún éxito”, explica Ballhaus. El director de fotografía no se amedrantó frente al reto. “Le dije que era capaz de hacerlo, porque ya había trabajado en esas condiciones con Fassbinder”, añade.
Con Scorsese acabarían rodando siete películas, en una colaboración que se interrumpió después de Infiltrados. “Tiene una relación a la violencia muy diferente de la mía, que crecí en un entorno burgués formado por personas que trabajaban en el teatro. Él lo hizo en Little Italy. Su mejor amigo era el hijo de un jefe de la mafia. Scorsese ha visto cosas que el resto nunca hemos visto”, sostiene. Su película favorita sigue siendo La edad de la inocencia. “A todo el mundo le gustan las historias de amor tristes, porque nos enseñan que no somos los únicos que sufrimos”, opina.
También guarda un recuerdo especial de Gangs of New York, que escogió para la proyección que siguió al premio obtenido anoche. “Es la mayor película que jamás haya filmado. Fue el rodaje más largo y el que más esfuerzo me hizo invertir”, dice Ballhaus. ¿Es también su película más incomprendida? “El problema es que los estadounidenses no querían ver ese mundo malvado y corrupto. No querían ver a su país bajo una luz desfavorecedora, y todavía menos después del 11-S”. Su trabajo en la película le proporcionó su tercera nominación al Oscar, un premio que se le ha resistido. “Habíamos depositado muchas esperanzas en la película, pero acabó ganando Chicago”, lamentó ayer.
Ballhaus también ha trabajado con Francis Ford Coppola, James L. Brooks, Robert Redford o Mike Nichols, que se convirtió en uno de sus amigos más íntimos. “Trabajar con Michael es como estar en el cielo, solo que uno no necesita morirse antes”, solía decir Nichols, para el que diseñó la espectacular secuencia inicial de Armas de mujer, que sobrevolaba la Estatua de la Libertad y terminaba metiéndose en el ferry de Staten Island para presentar a la heroína de la película, Melanie Griffith.
A lo largo de casi 150 películas, Ballhaus ha desarrollado un estilo inconfundible, en el que abundan los movimientos de cámara, los cambios de velocidad y los travellings circulares, del que inventó para Fassbinder en Martha hasta el de Los fabulosos Baker Boys. Para Ballhaus, su trabajo consiste en evitar la espectacularidad gratuita y también en adecuarse a lo que exige el argumento, además de respetar las necesidades del actor que tiene enfrente. Ayer recordó a uno en particular: Paul Newman, con quien rodó El color del dinero a las órdenes de Scorsese, y luego su propia adaptación de El zoo de cristal. “Cuando lo vi llegar, casi me arrodillé. Para mí, Paul Newman era un héroe. Encima de ser un actor extraordinario, era humilde y modesto”, sostiene. ¿Las estrellas de hoy no lo son? Ballhaus, que es un caballero, preferirá no responder. Después de todo, ya ha abandonado el oficio. En 2014 anunció lo que resultaba evidente: que no regresará al cine, a causa del glaucoma que padece desde hace años, que le provoca una pérdida gradual de la visión. Lo que no impide, sin embargo, que su mirada siga siendo una de las más distinguidas de la historia del cine.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.