Historia de las primeras frases
Cuando yo era joven y muy vulnerable, Héctor Bianciotti me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. “Siempre que vayas a empezar un artículo”, me dijo, “recuerda que la primera frase es esencial, ha de incitar al lector a seguir leyendo”
Eso fue todo lo que dijo y que no he olvidado. Bianciotti tenía una página de crítica literaria en Le Nouvel Observateur y, dado que sus opiniones eran muy leídas, deduje que el gancho de sus primeras frases debía de funcionar muy bien, algo que comprobé cuando espié con asiduidad sus artículos. Pero lo que hoy más recuerdo es la página contigua a la de Bianciotti, donde otro critico abría a veces sus textos con una sentencia inicial que provocaba que muchos le siguieran leyendo, sólo por ver si retiraría al final su severa declaración de principios.
“La primera frase: he aquí al enemigo”, escribió Bernard Quiriny en la primera línea de su divertido libro L´angoisse de la première phrase, publicado hace 15 años en París, en días en los que algunos amigos se empeñaron en señalarme que muchas primeras frases de libros famosos eran flojas y sin embargo habían captado la atención de millones de lectores. Ponían como ejemplo En busca del tiempo perdido: “Durante mucho tiempo, me acosté temprano”. Con una frase así, decían, no se va muy lejos, máximo a la cama. También ponían de ejemplo Doble vida, de Gottfried Benn. “Hemos entrado en la era de la genealogía”, decía la primera frase de Benn, que parecía más bien la última. O me citaban Molloy, de Beckett: “Estoy en el cuarto de mi madre”.
Yo contraatacaba y explicaba que, puestos a elegir un inicio, mi preferido era el de Cyril Connolly en La tumba inquieta: “Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia”. Sé de más de uno que, ante este impecable comienzo, siguió leyendo por ver si Connolly había conseguido que su propio libro fuera una obra maestra.
Hoy esa gran apertura de La tumba inquieta (Lumen) no podría en internet servir de gran “cebo”, porque todo ha cambiado y actualmente es el título del artículo –el titular si se trata de una noticia– y no la primera frase lo que importa. Existe una miserable pugna por ver quién coloca el título o titular más tramposo, aquel que nos hará pinchar hueso. Y lo que parece más alarmante: se pulsan masivamente titulares estúpidos en detrimento de otros que no son vistosos, pero que informan, por ejemplo, de que ese mismo día, tras la detección directa de ondas gravitacionales, una nueva astronomía acaba de nacer. No es poca cosa esa noticia, pero aun así los nuevos lectores prefieren el hueso bobo y sensacionalista de otras. Último gran éxito viral: “Un feto saluda a su madre desde el útero”. Los nuevos lectores pulsan el título tramposo y, una vez ya dentro, ni siquiera reparan en que la pobre primera frase, antaño tan esencial, hoy es sólo pura hierba muerta en el inicio de un páramo. ¿Ya no leemos?
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