Se impuso la lógica en los Goya
En 'Truman' hay mucho dolor pero también ironía, sutileza y poder de sugerencia, verdades que se expresan cuando ya no queda tiempo para la simulación y otras que se callan
Debido a mi imposible entendimiento con lo más básico de la tecnología y la continua resintonización de canales, el imperio de la TDT sustituyendo a la televisión analógica, el pavor que me inspira tocar botones con los que siempre me equivoco, labores para mí épicas que me las solucionan mi querida asistenta y el muy paciente conserje de mi casa, me pierdo la retransmisión de los Goya. La 1 ha desaparecido de mi televisor. Ni aparece en la televisión convencional ni en la plataforma digital. Cosa de fantasmas, como lo que le ocurre últimamente a mis surrealistas electrodomésticos.
Y ante la perspectiva de irme a una cafetería de mi barrio ataviado con pijama, bata y zapatillas (a esas horas no me vuelvo a vestir ni en estado ebrio), decido que por primera vez me voy a perder la ceremonia de premios entre la gran familia del cine español. Por lo tanto, no les puedo informar de si fue amena, tibia o insufrible, del abusivo o sensato tiempo que coparon las emotivas dedicatorias de los premiados, de si el discurso de mi amigo Antonio Resines tuvo un perfil alto o bajo, de si alguien recordó el cenagoso país al que nos han condenado los de siempre, de si hubo protestas intensas sobre la situación del siempre maltratado cine español o todo se limitó a una marcha pacífica de pompa y circunstancias, de si el ministro de Cultura lloró de emoción y alegría cuando homenajearon la obra de Mariano Ozores, indiscutible protagonista del racial clasicismo de ese Cine de barrio que tanto admira y conmueve al boss de la cultura, de si las parodias, gags, números musicales, coreografías tuvieron gracia y ritmo o fueron un muermo inacabable, de si tuvo un glamur especial ver a un premio Nobel de literatura y frecuente portada de Hola entregando el premio al mejor guion o a esas estrellas del cine internacional (y comprometido, personal, trascendente, esas cosas) llamadas Juliette Binoche y Tim Robbins, de si el ingenioso Dani Rovira pudo improvisar o solo atenerse perrunamente al guion, o de cómo le sentaba el elitista esmoquin al respetuoso cinéfilo y siempre descorbatado camarada Iglesias. O sea, que como no vi ni escuché nada, tampoco tengo la odiosa obligación de mojarme.
'Truman’ habla con gracia y contenido sentimiento de algo tan desgarrador como el adiós de un moribundo
Al día siguiente, me entero de que ha triunfado la lógica respecto a los premiados. Me paso con lo de la lógica. Lo que quiero decir es que le han caído un montón de goyas a la película española que más me ha gustado este año. Se titula Truman. Habla con un tono tan inteligente como creíble, con gracia y contenido sentimiento, de algo tan desgarrador como el último y definitivo adiós de un moribundo a las personas y el perro que más ha querido en su existencia. Hay mucho dolor pero también ironía, sutileza y poder de sugerencia, verdades que se expresan cuando ya no queda tiempo para la simulación y otras que se callan, un tributo hermoso a esa cosa impagable llamada amistad, situaciones graciosas o tragicómicas en medio de la inapelable oscuridad, un director que sabe dar espléndida forma a un poderoso y complejo guion, un actor eminente conocido como Ricardo Darín, y otro, Javier Cámara, que no se arruga ante el monstruo y le otorga una réplica y una complicidad muy dignas.
Y celebro que haya reconocido la personalidad, la ternura, el desgarro, el lenguaje de la calle, personajes, situaciones y sentimiento reconocibles, la veracidad que imprime Daniel Guzmán a su película A cambio de nada. Me recuerda a Barrio, a El Bola, a Solas.
Y comprendo la decepción de los creadores de La novia, haberse llevado tan poco poseyendo tantas nominaciones. Es una película que logra lo que pretende, dotada de una estética muy elaborada, con buenas interpretaciones femeninas. Y en la que yo no entro jamás. Tal vez porque siempre me ha resultado insoportable el teatro de Lorca, acabo harto de tanta intensidad lírica en cada parlamento, en cada gesto, en cada imagen. Pero entiendo que haya un público al que le fascine. Cuestión de sensibilidades. Soy muy prosaico.
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