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Una mala canción también te cambia la vida

A propósito del ensayo ‘Música de mierda’, donde Carl Wilson estudia las baladas comerciales, el violinista y compositor Owen Pallett escribe sobre su peor tema favorito

El dúo escocés The Proclaimers en 1994.
El dúo escocés The Proclaimers en 1994. Martyn Goodacre (Getty Images)

Mi canción mala preferida es 500 Miles (I’m Gonna Be), de The Proclaimers. La oí por primera vez cuando tenía 12 años. A esa edad los títulos son importantes. ¿A qué viene ese añadido entre paréntesis? ¿De qué va la canción? ¿De lo que dice el estribillo, de esa distancia que los hermanos gemelos Charlie y Craig podrían caminar para terminar cayendo ante la puerta de una chica? ¿O de lo que dicen las estrofas, de las promesas vacías que los dos gemelos le hacen a esa chica? ¿O acaso el mensaje está en la parte del ba-ba-du-ba, que en el futuro haría que todos los técnicos y técnicas (pero sobre todo técnicos) de sonido en ciernes presentes en un bar eleven su voz, en un momento sublime de reconfiguración de la identidad grupal?

La música mala también puede brindar un momento de claridad, una epifanía breve pero devastadora

Además el tema también me planteaba un problema contextual. No entendía qué pintaba esa basura en la jukebox de mi instituto, junto a bandas mucho más interesantes como The Cure o Nine Inch Nails. Tampoco entendía quién podía gastarse 25 centavos cada mañana para escucharla. Pero lo peor era que la canción me planteaba un problema matemático. Mi yo de 12 años no soportaba que una cantante como Tori Amos, por poner un ejemplo, ignorara la gramática para conseguir una melodía potente, como en: When You Gonna Love You As Much As I Do? Con 500 Miles (I’m Gonna Be), y no me cabía en la cabeza que aquellos tíos tuvieran la necesidad de anunciar que primero caminarían 500 millas y que luego caminarían 500 más para recorrer un total de 1.000. Nadie habla así. "Te prepararé un pastel y luego te prepararé otro, porque quiero que tengas dos pasteles". No.

Pero recuerdo que en un momento dado pusieron el videoclip por la tele y pensé en mis hermanas gemelas idénticas, en cómo hacían gorgoritos, aplaudían al unísono y se gritaban, y en lo solo que me sentía cuando las veía y pensaba: “En toda mi vida nunca voy a estar tan cerca de nadie como ellas lo están la una de la otra”; observé los rostros de Charlie y de Craig mientras cantaban el estribillo y pensé "500+500=1.000", como mis dos hermanas formaban un todo, o como yo y mi pareja de ensueño un día formaríamos un todo. Y tuve una revelación sobre el Estado Completo del Ser: mi soledad era en realidad una forma completa de ser, y de pronto sentí que entendía perfectamente el título y la canción, a The Proclaimers y Escocia.

Aunque la canción todavía me trae recuerdos espantosos de la época en que tocaba por dinero en pubs "irlandeses", también me hace pensar en lo infeliz que era cuando sospechaba que estaba solo, y en lo feliz que soy ahora que sé que lo estoy.

Los músicos tenemos por lo menos una cosa en común con los críticos musicales: también nosotros nos vemos obligados a escuchar mucha música mala. En nuestro caso, a menudo es nuestra. No es una tarea fácil. Un disco malo no es solo un insulto para quien lo escucha, una forma de hacerle perder el tiempo, sino también una ofensa para la humanidad, una tragedia humana. Así es como se siente un músico. Pero, como dice Carl Wilson, la música mala también puede brindar un momento de claridad, una epifanía breve pero devastadora. Y eso es lo que me ha guiado al escribir estas líneas: el espíritu de gratitud por ayudarnos a sobrellevar esa carga.

Owen Pallett es compositor y músico canadiense.

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