La importancia del control
En los Teatros del Canal de Madrid donde se produce el debú europeo del Silicon Valley Ballet
Tras un fugaz paso por el Palacio de Festivales de Santander, es en los Teatros del Canal de Madrid donde se produce el debú europeo del Silicon Valley Ballet, que antes se llamó Ballet de San José (California). Es obvio que el nombre nuevo es más atractivo y original, y además sitúa a la agrupación en el epicentro de la inventiva tecnológica actual; el espectador puede hacerse una idea equivocada, pensado que va a ver un espectáculo futurista, de apuesta formal arriesgada o con una fuerte impronta electrónica. Pues no.
El Corsario (Carreño/Adam-Drigo); Glow-stop (Elo/Mozart-Glass); Prism (López Ochoa/Jarrett); Minus 16 (Naharin). Director artístico: José Manuel Carreño. Teatros del Canal. Hasta el 31 de enero.
El exbailarín cubano José Manuel Carreño, una de las grandes estrellas masculinas del ballet mundial de nuestra época, asumió la dirección de esta compañía hace apenas dos temporadas y está tratando de meterla en cintura y ponerla en forma. La tarea es dura, visto lo visto. Por un lado, la plantilla resulta tan heterogénea como desigual en cuanto factura y calidad de baile, y sobre todo, resultó suicida por parte de Carreño empezar el programa con el “pas de deux” de El Corsario interpretado por dos bailarines no aptos desde ningún punto de vista para estas lides. Si en vez de eso, el programa se habría basado en las tres coreografías contemporáneas restantes, siempre podemos pensar que es una compañía menor pero con interés. El caso es que la desastrosa interpretación de Alexandra Meijer y Zunyuan Gong sentó un precedente decisivo, bajó la moral del espectador. Numeroso público abandonó la función en los dos intermedios, un mal signo.
La coreografía Glow-stop fue creada en el American Ballet Theatre para la temporada de 2005-2006 y pertenece al epicentro de la etapa norteamericana del estilo de Jorma Elo (Helsinki, 1961); evidentemente, interpretada por los neoyorkinos resulta muy diferente, haciendo axioma de aquello de que no hay mala coreografía si tenemos un bailarín brillante que la defienda. Acumulativa, veloz, apoyada sobre todo en un concierto para piano de Philip Glass y con una primera parte que usa a Mozart, la lectura discurre sin respiro, sin zonas de refresco. Es una manera de entender el ballet actual, de exhibirlo en esa pendiente vertiginosa, y llegado a esto, su impronta estética es discutible. Hubo numerosos y muy visibles fallos de ejecución.
Annabelle López Ochoa (Colombia, 1973) creó Prism en 2014 para The Washington Ballet y ella misma dibujó los trajes, que quieren ser eso, un prisma que descompone los colores, como el arcoíris. La portentosa música de Keith Jarrett asume el protagonismo y se va por encima de la misma expresión corporal aportada por los bailarines. El eclecticismo plástico del vestuario no ayuda precisamente a la cohesión sino que dispersa la impresión visual, la disgrega en las proposiciones no conclusivas, como si hubiera varios ballets en uno; muy hermosa cambiante iluminación.
La velada se cerró con el ya habitual Minus 16 de Ohad Naharin (Israel, 1952), una pieza que en sus diferentes versiones modulares se ha hecho presente en muchos repertorios de compañías globales. Naharin, como sabemos, nació en el kibutz Mizra, hijo de artistas con tesis bastante renovadoras sobre la expresión y la libertad expositiva. Esos ingredientes poco a poco han ido aflorando en el coreógrafo maduro, como un poso que no es residual, sino medular. La idea del canon, el mejor momento de la obra, empezó a ser experimentada por Naharin en Perpetuum (un gran ballet sobre Strauss) y luego lo ha colocado como un cameo variable en varias piezas sucesivas, ya como figuración más abstracta en Sadeh 21 (2011), su más trascendente y controvertido trabajo con la compañía Batsheva. La teoría del baile “Gaga” (a lo que me resisto a llamar sistema o método), es básicamente un retal de estilo, un comportamiento escénico que acaso quiere enfatizar el anarquismo y la turbadora relajación en que se ha movido parte de la expresión dancística de los últimos 30 años. Aquí los bailarines del Silicon Valley Ballet estuvieron mejor entonados y el público participativo los aplaudió.
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