Los trucos de Bowie
Bowie combina la epidermis blanca y europea con el corazón negro y estadounidense
¿Qué es lo que hace que la música de Bowie sea tan distinta y tan atractiva al mismo tiempo? ¿Cuál es el elemento que la hace tan especial? Hay varios factores, pero uno de los más importantes es que Bowie combina la epidermis blanca y europea con el corazón negro y estadounidense. La piel, la vestimenta, suelen ser los sonidos más próximos a cierta vanguardia asequible. A veces, de ese vestuario se encargan músicos y productores como Fripp, Eno, Visconti, Earl Slick, Mike Garson o Adrian Belew. Pero, por muy intelectual que Bowie se pusiera en algunos momentos, jamás perdió esa vena negra que sostiene todo el entramado musical. De hecho, desde 1974, casi todos sus baterías y bajistas (la sección rítmica) son negros. Es música hecha con cabeza, pero tiene ritmo. Esqueleto negro, piel blanca. “Heroes” es un buen ejemplo.
Otro elemento básico es el proceso que usa Bowie para componer o desarrollar un tema. A diferencia de la mayoría de los autores, no escribe una canción para expresar sus sentimientos sino que, cuando quiere contar algo, primero crea el marco adecuado: cambia su vestuario, los colaboradores, en los setenta su lugar de residencia y, con esos parámetros preestablecidos, construye una canción como si fuera un arquitecto o un escenógrafo. No escribe desde dentro hacia afuera, sino de fuera hacia dentro. Ese método le permite no repetirse casi nunca y mantener una calidad muy alta.
A eso también ayuda, por supuesto, su gran dominio de la artesanía de la canción. Siempre hay cambios de tono inesperados, modulaciones, secuencias de acordes poco habituales, como ese sol disminuido que se convierte en sol mayor en Absolute beginners o las transiciones de Station to Station a lo Peter Hammill. Aunque haya un efecto sonoro interesante (la caja de The Speed of Life, por ejemplo), en Bowie siempre hay una buena canción detrás. Si toma elementos del minimalismo de Steve Reich o las texturas etéreas de Tangerine Dream, no es para quedarse en la mera forma o para esconder la carencia de un buen tema. El sonido no es la excusa. Otra clave es su voz... o sus voces. Él mismo reconoce que pone un timbre u otro dependiendo del tema y que no siente que tenga una voz propia.
Así, ha recorrido ese amplio espectro que va desde la exquisita pronunciación inglesa a lo Syd Barrett al tono de Anthony Newley y el maullido glam a lo Marc Bolan hasta llegar a las líneas melódicas que le emparentan con el Scott Walker más actual. Su afinación siempre perfecta hace el resto. Por eso hay cientos de imitadores que no se parecen entre sí. Julian Cope, Brett Anderson o David Sylvian se encuentran entre los mejores. Y, por último, otro factor que convierte su música en especial es que en ella caben muchas cosas. Elementos armónicos, referencias en las letras, tímbricas poco habituales, músicos que afrontan su instrumento con sobrada personalidad.
Y, por último, sin que sea un elemento sonoro, pero no menos importante, es la presentación. El envoltorio de la obra de Bowie es como una llave que te conduce a muchas habitaciones. Así, una escucha completa de uno de sus discos es un paseo por el mundo de la moda, del arte, de la arquitectura, del cine, de la literatura, del videoclip y puedes vivir mucho tiempo en sus discos. Además, Bowie se esfuerza por descubrirte nuevos artistas, como hizo, por ejemplo con The Young Gods. Pero sobre todo, Bowie jamás suena vulgar.
Igor Paskual es músico y tutor del curso sobre la trascendencia artística de Bowie de la Universidad de Oviedo.
Babelia
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