Las dualidades de David Sylvian
Predecir los movimientos de David Sylvian (Kent, Reino Unido, 1958) nunca ha sido fácil. El hombre que con 16 años fundó la mítica banda de art-pop Japan y que ha alternado su carrera musical en solitario con aproximaciones a la vanguardia, la fotografía o la realización cinematográfica. Asentado ahora en un sello discográfico propio, su penúltima vuelta de tuerca consiste en la invención de una banda fugaz, Nine Horses, para explorar las posibilidades del pop melódico, los mensajes intrigantes y la electrónica sutil en compañía de su hermano, el batería Steve Jansen, y el geniecillo alemán de las nuevas tecnologías Burnt Friedman. El fruto de esta alianza es un álbum adictivo, Snow borne sorrow (Samadhisound/ Galileo MC), que, en la mejor tradición de Sylvian, ha despertado halagos entusiastas y alguna que otra crítica furibunda.
"Nine Horses surgió muy
de repente. Pretendía explorar ciertos aspectos rítmicos y tecnológicos cuando caí en la cuenta de que llevaba diez años sin escribir junto a mi hermano, así que nos preguntamos cómo resultaría esa experiencia en el presente periodo de nuestras vidas", rememora David Sylvian desde su cuartel general, al norte de Londres. Al experimento se acabó sumando a última hora Friedman, gurú del chill out y la electrónica en formaciones como Drome, Flanger o Non Place Urban Field. "Su incorporación", certifica Sylvian, "suponía un desafío, y eso es lo único que me interesa a la hora de producir música".
El resultado son nueve canciones sofisticadas pero accesibles, en las que las filigranas electrónicas arropan un minucioso despliegue de instrumentos poco habituales en el pop: saxofones, clarinetes, vibráfonos. "Mis fronteras entre lo analógico y lo digital se han difuminado", admite Sylvian. Y resopla, antes de proseguir: "Con todo, me sigo guiando fundamentalmente por la intuición. Supongo que mi yo analógico es el que aún prevalece...".
Intenso, minucioso y un punto enigmático, Snow borne sorrow es el típico disco que jamás sonará en una emisora convencional de radio. Sylvian recomienda escucharlo "sin ninguna otra cosa entre las manos y, a ser posible, en soledad". Y confiesa que la duración de los temas, en torno a los siete minutos, incrementa el nivel de exigencia para el oyente. "Claro que se pueden expresar ideas en menos tiempo", exclama, "pero he querido desarrollar todo un modelo de seducción. La música de Nine Horses resulta comprensible, sólo la parte lírica puede resultar más problemática. Las canciones son extensas para que los contenidos vayan filtrándose poco a poco bajo la piel del oyente. Estas composiciones funcionan como píldoras recubiertas de azúcar".
¿Cuáles son esos mensajes
que nos pretende inocular Sylvian en el arranque del milenio? "Escribo sobre mi vida y sobre aquellas cosas que me impactan en el mundo", aclara el autor. "Tal vez me exprese de una forma un tanto oblicua, sin desvelar todos los misterios a la vez. No pretendo ser didáctico, pero tampoco obtuso. La música y la letra deben actuar como un detonante de nuestro subconsciente". Muchos versos de Snow borne sorrow se antojan tan crípticos como inquietantes, con abundantes alusiones a la pérdida de la inocencia y el paso del tiempo. "Madre benevolente / Asfixia al niño / Los benefactores no están disponibles", empieza diciendo The banality of evil (La banalidad del mal), mientras que en el tema central se proclama: "Hubo un patio de recreo lleno de columpios / hasta que irrumpió la malicia / y redujo todos los colores a invierno".
"Sigo siendo un optimista, sólo que las nubes del pesimismo tienden ahora a aflorar con mayor frecuencia y permanecer durante más tiempo", reconoce el autor de tan atormentadas líneas. Y agrega: "En el actual estado de cosas, no podría ser de otra manera. Pero mi trabajo como músico también comprende un elemento llamémosle homeopático: digerir el veneno para desarrollar una cierta inmunidad. Parafraseando al director de cine ruso [Andréi] Tarkovski, acentúo la oscuridad para poder apreciar mejor la luz...".
Así es el permanente mundo dual de David Sylvian: entre la esperanza y la desolación, lo inteligible hermanado con lo insondable, la tecnología en contacto con el órgano. Y siempre, un compromiso estético que va mucho más allá de las evidencias. "Recelo de las melodías pegadizas igual que sospecho de esas personas que parecen caerle bien a todo el mundo", reflexiona a modo de epílogo. "Pueden ser mis prejuicios, pero entiendo que las canciones demasiado fáciles nunca podrán proporcionar una experiencia intensa. Esas insignificancias ya han inundado nuestros oídos por todas partes. Y en un mundo tan saturado de distracciones y entretenimientos, ¿necesitamos verdaderamente más?".
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