Todo, a pleno pulmón
Un espectáculo vigoroso y ágil sobre una novela feminista y espléndida de Emilia Pardo Bazán
En la historia de la emancipación femenina, los pasos adelante suelen alternarse con saltos mortales atrás. En el Afganistán socialista, las mujeres estudiaban, trabajaban y vestían a su aire… hasta que los mujaidines se hicieron con el mando, apoyados por los EE UU y Arabia Saudí (país donde la mujer sigue bajo tutela masculina y tiene prohibido conducir, a pesar de que apenas hay transporte público). “¡Los comunistas deshonraron a nuestras hijas! ¡Les enseñaron a leer y a escribir!”, cuenta Eduardo Galeano que declaró un lider religioso ante el Tribunal Russell, reunido para juzgar los crímenes cometidos durante la guerra afgana.
INUn siglo y pico atrás, el marido de la condesa Pardo Bazán, treinta años mayor que ella, le pidió que dejara la escritura. Lo dejó a él: librepensante y epicúrea, mantuvo una larga relación sentimental con Pérez Galdós, salpicada de alguna otra, esporádica. Insolación (1889), novela de matriz autobiográfica dedicada al periodista José Lázaro Galdiano, con quien mantuvo un romance, pone en evidencia el doble rasero con el que se juzgaban y se juzgan las aventuras sexuales masculinas y las femeninas. A través de un monólogo en primera persona sincero y preclaro, Asís, su aristocrática protagonista relata como se enamoró de un joven gaditano, las emociones nuevas que le produce su roce y el miedo que siente a entregársele, en un Madrid murmurador, donde el aburrimiento es soberano.
Insolación
A partir de la novela de Pardo Bazán. Versión: Pedro Víllora. Reparto: María Adánez, José Manuel Poga, Pepa Rus, Chema León. Luz: Juan Gómez Cornejo. Dirección: Luis Luque. Madrid. Teatro María Guerrero, hasta el 24 de enero.
Pedro Víllora, su adaptador, ha destilado la novela con el mejor criterio, y ha hecho virtud de la necesidad de ceñir el reparto a solo siete personajes: la pareja sobrevenida, un amigo y pretendiente de Asís; su amiga la duquesa, una criada que atosiga a la protagonista con su perspicacia y una ventera que sintetiza, corifeo sin coro, la colorida galería de personajes de clase social baja que en la novela se desparrama por la pradera de San Isidro. En boca de Pepa Rus, versátil y espirituosa intérprete de estas tres últimas criaturas, pone Víllora ideas y opiniones incisivas, extraídas, según cabe inferir, de La mujer española, serie de reportajes que la autora publicó primero en Inglaterra.
Luis Luque, director de la función, consigue, junto con los intérpretes, que, en los paseos suburbiales de Asís y Diego —por un escenario desnudo, pero modelado por Mónica Borromello cual si fuera el de Voyageur Immobile, de Philippe Genty— el público visualice la romería que ambos van dibujando mediante unas acotaciones verbales prodigiosamente cinematográficas: a través del oído, vemos a majos y chulapas enverbenados, olemos a rosquillas y fritanga, y palpamos la penumbra de los merenderos.
Un espectáculo vigoroso, ágil (en parte, gracias a que hay escenas cuyo inicio pisa el fin de la escena anterior), que da qué pensar sobre el estado de la cuestión feminista. María Adánez es Asís tal cual la pinta su autora; Chema León tiene el exacto doble filo del pretendiente larvado, y José Manuel Poga, actor gaditano, verdadero descubrimiento, es un Diego distinguido, una pizca petulante, graciosísimo e imprevisible.
Babelia
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