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Un viaje sin retorno

Para una generación, 'La guerra de las galaxias' significó una primera incursión en otros universos. Para Hollywood lo cambió todo

Al parecer hubo un tiempo en el que una persona pagada por George Lucas era el guardián de los datos de La guerra de las galaxias. Él sabía, por ejemplo, la distancia exacta entre los planetas Hoth y Dagobah y cuánto tardó Luke en recorrerla en su X Wing. Pero también podía calcular cuánto le hubiera costado en un Tie Fighter. Ese hombre aseguraba que en la trilogía original no había errores, excepto el momento de la explosión de la segunda Estrella de la muerte que, de ser correcta, debería de haber arrasado con la superficie de Endor.

Aparte de confirmar que en Star Wars todo lo relacionado con los ewoks fue una equivocación, eso sirve para recordar que La guerra de las galaxias es anterior a Internet, anterior incluso a la universalización de los vídeos domésticos. Casi no había ni ciencia ficción que tras la II Guerra Mundial se había vuelto tristona.

La primera foto tomada a la Tierra desde el espacio es de diciembre de 1968. La realizaron los tripulantes del Apolo 8. Una bola flotando. Tan hermosa como solitaria. De repente la humanidad tomó conciencia de su fragilidad. Proliferaban los avistamientos de OVNIS, y en los setenta extraterrestre era sinónimo de amenaza. En el cine predominaban las películas apocalípticas y sombrías -La amenaza de Andrómeda, Cuando el futuro nos alcance, la invasión de los ultracuerpos-. O existencialistas -Naves Silenciosas; 2001, Una odisea del espacio, Solaris-. Hasta en series de televisión como Espacio 1999, se mostraba a los humanos como vagabundos en una galaxia llena de peligros.

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No había nada parecido a esto. Lucas tomó un género que parecía moribundo y lo resucitó.

Quizás el gran acierto de Star Wars sea la narrativa. Está más que contado que George Lucas se inspiró en El héroe de las mil caras, un libro del mitógrafo Joseph Campbell publicado en 1949. Él pensaba que todos los mitos de la humanidad, por distintos que parezcan, tenían una narrativa común, un relato arquetípico que psicológicamente contaba la misma historia. Lo llamó “monomito”. “El héroe se aventura fuera de su mundo cotidiano y llega a una región asombrosa y sobrenatural. Allí tropieza con unas fuerzas fabulosas y obtiene una victoria decisiva sobre ellas. Entonces el héroe regresa de su aventura con el poder de conceder favores a sus semejantes”.

Los niños de los setenta, aquellos que tenemos la edad suficiente para recordar el estreno de lo que ahora es el Episodio IV, hicimos el viaje de la mano de Luke Skywalker. A pesar de su aspecto de adolescente es un niño. En su vida no ha entrado el sexo. Aquella granja aislada en aquel planeta desértico no era en esencia tan distinta de una gris ciudad occidental. Vale, Luke tenía cosas alucinantes, como prismáticos digitales y aerodeslizadores. Y compraba androides, pero realmente eso eran temas menores. Aquella sensación de estar solo en un lugar aburrido cuando la acción estaba en otra parte, era universal. Cuando se cabreaba con sus tíos porque tenía que quedarse otra cosecha reproducía la sensación infantil de que estabas desperdiciando el tiempo en un mundo de adultos en el que eras básicamente una molestia. Un buen amigo de mi edad decía que en nuestra generación los niños pensamos hasta los 10 años que nos llamábamos “Aparta”. Bromeaba, claro, pero solo a medias.

Luke no era perfecto, asistía a todo lo que le pasaba con cara de pasmado. Cuando se encuentra con Leia, vestido de tropa de asalto, ella le espeta “¿No eres un poco bajito para ser soldado imperial?”. No es que 1,75 le convierta en un tapón, pero era bajito. Un héroe bajito. Maravilla. Según transcurría la película, la trama se focalizaba, pero el Universo se expandía. “Deja ganar al wookiee”. ¿Qué demonios era un wookiee? ¿Hay más? ¿Dónde? Cada paso que daba el granjero nos sumergía en una galaxia de preguntas sin responder. O mejor: de preguntas sin responder todavía.

Y podía contestarlas de muchas maneras. Cuentan que a Lucas le ofrecieron un salario tres veces mayor que el que recibió. Renunció a cambio de dos cosas. Control sobre las secuelas y sobre el merchandising. Había firmado un acuerdo para distribuir figuras animadas de los principales personajes y el éxito fue tan grande, 40 millones de unidades en un año, que aquello se probó un filón.

AT AT en el planeta Hoth en 'El imperio contraataca'
AT AT en el planeta Hoth en 'El imperio contraataca'Star Wars © & TM 2015 Lucasfilm Ltd

La guerra de las galaxias cambió nuestra forma de jugar. Veníamos de un universo de juguetes uniformizados, todos los muñecos eran iguales. Dotar a un madelman de personalidad era complicado. Esta vez venían con ella puesta. No te hacías con un piloto rebelde, sino con Wedge Antilles, Rojo Dos; escolta de Luke contra la primera estrella; y en el intento de destruir a los AT AT en Hoth, y en la Batalla de Endor. Eran muchas respuestas.

La guerra de las galaxias tuvo tal éxito que el impacto cambió para siempre la industria cinematográfica estadounidense. Para Hollywood el viaje del héroe se convirtió en el patrón a repetir. Los lectores de guiones comenzaron a tomar como referencia el monomito de Campbell para decidir si debía de pasar el corte o no. Pero eso no era un problema para George Lucas, con completo control sobre su universo. Después del viaje blanco, el de Luke, llegaría el oscuro, el de Anakin.

El problema es saber dónde quiere llevarnos ahora. El monomito ha sido descalificado como patriarcal y eurocéntrico, y aunque Hollywood no se ha recobrado del todo del shock y las cantidades que mueve el merchandising son tan asombrosas que equivalen al PIB de un país pequeño, ya no estamos en 1977.

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