Ferlosio entre la eternidad y el tiempo
El escritor presenta sus ensayos completos en un coloquio con el filósofo Tomás Pollán El primer volumen recoge los textos sobre gramática que escribió tras abandonar la ficción
A veces la eternidad le gana la partida a la actualidad. En plena Gran Vía de Madrid, en el vientre del que fuera un día el rascacielos más alto de Europa —hoy sede de la Fundación Telefónica—, tuvo lugar ayer un debate medieval. Sucedió a la hora del Ángelus y su pretexto fue la aparición de Altos estudios eclesiásticos. Gramática. Narración. Diversiones, el primero de los cuatro volúmenes en los que la editorial Debate recogerá los ensayos y artículos completos de Rafael Sánchez Ferlosio.
Los participantes fueron el propio Ferlosio, que la semana pasada cumplió 88 años, y el filósofo y antropólogo Tomás Pollán, nacido en Valdespino (León) 21 años después de que su amigo lo hiciera en Roma. Como recordó en su presentación el crítico Ignacio Echevarría, responsable de la edición, ambos se conocieron en 1976 en la tertulia de Agustín García Calvo. Una disputa sobre la metáfora los enzarzó entonces en una conversación que aún no ha terminado y que, entre otras cosas, convirtió a Pollán en comisario de la exposición que celebró en abril de 2005 el Premio Cervantes obtenido por el autor de Campo de retamas el año anterior.
Ante un auditorio en el que se sentaban escritores como Félix de Azúa, Belén Gopegui, Andrés Trapiello, Manuel Vicent, Enrique Lynch, Arcadi Espada o Jorge Lozano, Echevarría presentó a uno como “el mejor prosista en español” y al otro como “uno de los escasos sabios contemporáneos”. Fue entonces cuando empezó lo que minutos antes Pollán había calificado de “acto imposible”, un coloquio destinado a tratar exclusivamente dos temas: los “índices escatológicos” de un relato y el “principium individuationis”. En román paladino de brocha gorda: los rasgos físicos que en una novela, un cuadro o una película nos indican de forma maniquea que los malos son además feos y la consagración del individuo como valor supremo.
“Aquí no hay debate”, advirtió Ferlosio. “No se trata de ganar y perder. Si yo me desvío él me corrige y si yo me mantengo él me responde”, añadió refiriéndose a Pollán, que empezó con otro aviso: escatológico en el sentido de postrero y escatológico en el sentido de escoria no tienen la misma raíz griega y ellos iban a referirse al primero. No sería la última vez que la etimología hiciese su aparición en una charla salpicada de frases en latín y términos en griego clásico y en alemán de Hegel.
Para explicar la relación entre los citados índices y la predestinación, el autor de El alma y la vergüenza recurrió a la proyección de dos cuadros reproducidos en su libro: el Martirio de San Vicente, anónimo del siglo XV, y San Esteban camino del martirio, pintado por Juan de Juanes en torno a 1562. Si en el primero los verdugos del santo tienen la misma cara bondadosa que él, en el segundo llevan la maldad dibujada en el rostro. Todos menos Pablo de Tarso, que aún no había caído del caballo pero al que el artista retrata como a un futuro santo. Explicado el mecanismo por el que un pintor, un escritor o un guionista indica al lector o al espectador “por quién debe apostar para poder disfrutar del happy end de la novela o la película”, entró en escena La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber. “Weber dice que la idea de la predestinación influyó tanto en los protestantes que en vida trataban de dar signos de estar predestinados a la salvación. Por eso los tenderos eran de fiar”, explicó Ferlosio, que midió al sociólogo sajón con sus propios recuerdos de interno en el colegio San José de Villafranca de los Barros: “Los jesuitas nos decían que un niño puro puede condenarse si comete un acto impuro. Lo decían para que no nos tocáramos la pilila”.
En el capítulo de la supremacía del individuo, Tomás Pollán glosó a su interlocutor para subrayar que la tolerancia de la que tanto se habla —respecto, por ejemplo, a los inmigrantes— no suele ser “tolerancia al individuo sino al grupo”, a eso que llaman rasgos diferenciales de una cultura. “No a lo que tiene de diferente, sino a lo que tiene en común con otros”. A nadie extrañó que en una charla que discurrió por alturas tales el sintagma “especies infinitas” tuviera su minuto de gloria. “Especies infinitas es una contradicción. Lo infinito es una palabra que no nos cabe en las manos. Es un atrevimiento”, dijo Ferlosio. “Para algo servirá”.
Desmemoriado y memorioso
Desmemoriado para los nombres —“¿cómo se llama el de la boinita?”, preguntó para referirse a Josep Pla— y memorioso para la poesía, el autor de El Jaramaremató con uno de sus clásicos: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos”. Luego pidió ayuda a Pollán —“dilo con un lenguaje tuyo, que es mejor que el mío”— y éste señaló, terminando por el principio, “la relación entre la idea de predestinación y la de que existen leyes de la historia”.
Para presentar un tomo de casi 800 páginas Ferlosio eligió dos temas que apenas ocupan un puñado de ellas. Las escribió hace décadas pero, se demostró ayer, siguen dando su juego. Como anotó él mismo al hablar de una teoría lingüística en Guapo y sus isótopos, incluido en Altos estudios eclesiásticos, “la cosa era tan poco novedosa como todas las que tienen algún encanto”.
Contra el grotesco papelón de literato
Adiós a la ficción.
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