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‘IN MEMORIAM’ Pío Caro Baroja

Para poder contarlo

Andrés Trapiello
Los hermanos Julio Caro Baroja (izquierda) y Pío Caro Baroja, ante la chimenea de Itzea, la casa familiar en Vera de Bidasoa.
Los hermanos Julio Caro Baroja (izquierda) y Pío Caro Baroja, ante la chimenea de Itzea, la casa familiar en Vera de Bidasoa.

Ha muerto Pío Caro Baroja, el penúltimo Baroja, hijo de Carmen Baroja y de Rafael Caro, impresor, sobrino de Pío y Ricardo Baroja, hermano de Julio Caro Baroja y padre de Pío Caro Baroja. Los Baroja. Así fue como tituló don Julio Caro el libro de la familia, unas memorias hechas en nombre de todos ellos. Venía a ser como la crónica oficial, y como cronista oficial de la dinastía, don Julio no digo que estuviera interesado más en las luces que en las sombras, pero dejó casi todas estas en eso, en la sombra. Con todo, Los Baroja es un libro fascinante de una familia única, muy barojiana desde luego, apiñada en un caserón legendario, Itzea, en Vera de Bidasoa, cuajado de tesoros románticos, quiero decir con incalculable valor sentimental. Don Julio fue durante casi cuarenta años el jefe del clan, quien decidía los asuntos e intereses que les concernían: desde pleitear con una gran editorial que trataba de avasallarlos (Planeta), a protestar airadamente al Gobierno (socialista) que pretendió reducir en diez años la propiedad de los derechos de autor. Mientras don Julio vivió, Pío Caro respetó y acató la autoridad de su hermano y su criterio, y si hubo entre ellos discrepancias, estas no se aventaron. Muerto don Julio, entraron nuevos aires en aquella casa, que vinieron a poner como mínimo en entredicho algunas de sus decisiones. El reinado de Pío Caro ha sido benéfico para los asuntos barojianos, y los barojianos le estarán eternamente agradecidos. Don Julio se había negado, por ejemplo, a reeditar ninguno de los títulos de Pío Baroja que tuviera que ver con la Guerra Civil, especialmente Ayer y hoy, publicado en Chile en 1938 y en el que Baroja expone sus ideas anarcoconservadoras, bastante razonables en general y en un tono amargo y sarcástico. Tampoco había querido don Julio ni oír hablar de las tres novelas inéditas de Baroja sobre la Guerra Civil ni, desde luego, de las memorias de Carmen Baroja, su madre. Fue tomar Pío Caro las riendas, sin embargo, y todos estos libros empezaron a salir uno detrás de otro, poco a poco, así como unas obras completas de Pío Baroja, que puso en manos de José-Carlos Mainer, quien mejor podía editarlas.

A la imagen de los Baroja, la que teníamos desde el libro de don Julio, que más o menos seguía la que Pío Baroja nos había dejado en sus propias memorias, Desde la última vuelta del camino (otro libro admirable), empezaban a llegar las sombras. Las puso en primer lugar Carmen Baroja en sus Recuerdos de una mujer de la generación del 98. Y a su hijo Pío Caro, al revés que a su hermano, no le importó que se conocieran las cosas que contaba su madre de sus seres queridos y del ambiente que se respiraba en aquella casa: egoísmo, tristeza, encono, pequeñas miserias, soledad, desamor… En ese retrato un tanto tenebroso quedaba algo descolgado Pío Caro Baroja, el pequeño de los Baroja que acaba de morir a la edad de 87 años.

Al lado de la brillante carrera de antropólogo y hombre sabio de su hermano, llena de toda clase de reconocimientos, la de Pío Caro quedaba un tanto deslucida. Si Julio Caro era “hijo” de su tío Pío, un misántropo de salón (fue este al parecer quien lo enveredó de niño a Barandiarán, su maestro en la cosa de las piedras y las brujas vascas), Pío Caro se puso bajo la férula de su tío Ricardo, un solitario jovial. Como este, se dio a la vida más o menos diletante y aventurera, atraído por muchas cosas al mismo tiempo: el cine (llegó a dirigir un buen puñado películas y documentales y publicó en 1954, en México, por donde anduvo unos años, un libro, hoy raro, sobre el cine neorrealista italiano), los versos (muy en la onda de Canciones del suburbio), los relatos de corte realista y… las memorias. Si lo pensamos bien, se diría que lo que los Baroja han tenido en común no ha sido la vida, sino su deseo de contarla. Todos nos han dejado sus memorias, todos han comprendido que o se salvaban juntos en un único relato colectivo o el olvido caería tarde o temprano sobre ellos. Las de Pío Caro están en muchos libros suyos, en los estudios sobre la pintura y los grabados de su tío Ricardo, en un utilísimo Itinerario sentimental (Guía de Itzea), en la Crónica barojiana, en La barca de Caronte… Contar cosas originales en una familia que ha contado tantas veces las mismas cosas no es fácil, pero creo que en el caso de los Baroja lo importante es el tono que tienen todos ellos, antirretórico y un tanto seco, lo cual, en una época como la nuestra tan llena de gorgoritos, no tiene precio.

Pío Caro era, según he oído decir a la gente que lo trató algo, un hombre especial y de carácter. Puede. Al fin y al cabo aquellos Baroja eran como todos los Barojas: llegado el caso, podían criticar a alguno de los suyos, pero no permitirían que nadie, fuera de la familia, lo hiciera. Y en los últimos años hizo Pío Caro lo que tenía que hacer, y lo hizo bien, cuidar y administrar el fascinante legado de los Baroja de una manera discreta y eficaz que habrá garantizado seguramente que se recuerde a los Baroja al menos otros cien años.

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