La última versión de Diomedes Díaz
Un libro y un documental recuerdan la figura del cantante colombiano de vallenato cuando se cumplen dos años de su muerte
“No hay colombiano que no haya crecido con las canciones de Diomedes Díaz”. José Zequeda, el que fuera el último representante del rey del Vallenato, lo dice sin titubear ante la cámara del periodista Víctor Sánchez Rincones. Sus palabras las sostienen más de 40 años de carrera del que fue conocido como el Cacique de la Junta, el hombre que, pese a sí mismo, consiguió que el género musical más importante del Caribe colombiano mantuviera el legado de los primeros juglares costeños.
Era 2013 y el artista iniciaba una gira por Europa, la última. Sánchez Rincones atestiguó con su cámara y su grabadora, durante semanas de viaje y sin condiciones ni censura, la versión final de Diomedes Díaz: ciego de un ojo, hinchado por el botox, aferrado a sus vicios y a Dios, y acompañado por la última de sus mujeres, sus músicos y su mánager. El resultado de aquellos encuentros se publica en forma de libro hoy, 22 de diciembre, coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte del artista por un infarto. Diomedes Díaz Maestre. El inmortal se acompaña, además, de un documental de título homónimo.
La primera vez que Víctor Sánchez se encontró con Diomedes Díaz fue en el año 1986. El periodista tenía 18 años e iba a conocer a la que define como su obsesión periodística. “Abrió la puerta de la habitación de su hotel en Cartagena, estaba muy delgado, muy acabado”, recuerda. “No llevaba camisa, lucía al cuello su brillante medalla de la virgen del Carmen y estaba bebiendo aguardiente como si fuera la última botella que quedara en la Tierra”. Después del primer trago, la tensión se apaciguó y comenzó a fraguarse lo que Sánchez denomina una amistad sincera. Había entrado en ese complicado cerco que protegió y alimentó hasta el fanatismo a Diomedes Díaz.
El artista al que Sánchez tiene el privilegio de grabar actúa con los ademanes de una persona que se arroga representante del “sentir del pueblo”. “He dejado más de 10.000 años de enseñanza”; “valgo más vivo que muerto, pero tengo dos problemas: estoy vivo y aún no he hecho las diligencias para morirme”; “mis alumnos no tienen cimiento, una brisa los bota lejos”. Y después de cada soflama, un contundente: “Muchas gracias”, a cámara.
Hablaba con el privilegio autoconcedido del vocero de las vivencias de un país, pero se comportaba como “un niño”, dice el periodista. “Por culpa de su enfermedad, el Guillain-Barré, no tenía control de sus manos y lo tenían que peinar, ayudarle a abotonarse la camisa, amarrarle los zapatos”. Diomedes Díaz no podía ni ir al baño solo, necesitaba que alguien le bajara la bragueta. Y detrás siempre estaban sus mujeres, heroínas, en palabras de Sánchez Rincones, y siempre sin queja aparente. Como Luz Consuelo, sú última esposa y otra de las protagonistas del documental, quien también ejercía de enfermera con su botiquín "de más 50 pastillas", el cóctel que necesitaba el artista para pasar el día.
Los mismos que estaban a su lado para que sorteara la rutina diaria, también le proporcionaban los condimentos que crearon al personaje al margen del cantante. Así de sencilla y complicada era su vida en Colombia. El ídolo abría la boca y antes de terminar la frase ya estaba satisfecho. La recompensa al héroe popular, el niño que dejó el colegio para trabajar de espantapájaros y se dio cuenta rápido que con sus cantes se podía ganar unos cuantos pesos y el favor de la gente sin ayuda de Instagram.
Esta otra biografía de Diomedes, la que no suena al pinchar sus discos y está plagada de drogas, alcohol, su relación con el narco y el paramilitarismo cuando intentó evitar sin éxito la cárcel por la muerte de su amiga Doris Adriana Niño o las más de 30 mujeres que aparecieron en su currículo, sobrevuela el documental y el libro de Sánchez Rincones. “Todo lo que aparece es real, es él hablando”, aclara el periodista. “Quizá pueda haber alguien que reclame que me tenía que haber mojado más, pero no es un trabajo que busque la polémica, tampoco está hecho con temor, era su amigo y quería hacerle un homenaje”.
Babelia
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