Jeff Lynne’s Elo, Deerhunter y The Wainwright Sisters
Tres discos, tres críticas, tres puntuaciones de los nuevos lanzamientos
EL DISCO DE LA SEMANA: Jeff Lynne's Elo - Alone in the Universe
Perita en dulce para admiradores y detractores por igual, Jeff Lynne (Birmingham, Reino Unido, 1947) es uno de los más reconocibles productores que ha disfrutado el rock en las últimas décadas. Descubierto por el injustamente olvidado Roy Wood —que le enrola en The Move, banda británica de los 60 a reivindicar—, Lynne será demiurgo en los setenta de la fabulosamente artificiosa Electric Light Orchestra, cuyo exitoso Livin’ Thing es placer culpable transgeneracional. Brujo del estudio de grabación, a finales de los ochenta relanza la carrera del olvidado Roy Orbison y regala su álbum de mayor éxito a Tom Petty, lo que le lleva a ser designado mayordomo en los Travelling Wilburys, aquel contubernio de viejas glorias con los mentados más Bob Dylan y George Harrison. De ahí a ser un Beatle virtual, en la reunión del trío superviviente urdida alrededor de Anthology en 1994, había un paso. Lynne se las ingenia para devolver a la vida comercial unas pobres grabaciones domésticas de Lennon, que dieran vigencia a la historia alternativa del grupo propuesta en su antología de inéditos. Y vence los recelos de McCartney, toda una proeza. Cualquier artista de éxito, más si es legendario, aprecia tener a su lado a un técnico que afine sus ideas, emita buenas vibraciones… y no le contradiga.
Artista: Jeff Lynne's Elo
Disco: Alone in the Universe
Sello: Sony Music
Calificación: 3 sobre 10
Otra cosa es si este simpático tamizador de aptitudes ajenas tiene algo que decir por sí mismo. Poquito, a juzgar por este primer álbum de nuevos temas en tres lustros, con el ficticio añadido de la marca ELO renacida cuando, en 2012, regraba sus floridos éxitos para rescatarlos de su antigua discográfica. Alone in the Universe arranca donde los pastiches lennonianos de Anthology finalizaban: When I Was a Boy no solo funciona como placebo de aquella cadencia Beatles ya universal, recoge la añoranza por la infancia que tan reiteradamente ha usado McCartney. Pero, ¿es necesario que Lynne insista en su fijación y mantenga abierto el negocio para endosarnos sus flojitas composiciones, todo envoltorio y pulcritud, emulación sin chicha de una época ya momificada? Cabría recordarle que hasta el muy irregular McCartney, siempre con tendencia a diluir en trivialidad los fundamentos de su mito, tuvo lapsos geniales en su madurez: Flamin’ Pie (1997), ¡coproducido por Lynne!, o Chaos and Creation in the Backyard (2005). Pero la sombra de sus ídolos no parece importarle mientras pueda tañir las fastuosas guitarras que acumula en su mansión de Beverly Hills. Así, Ain’t a Drag recuerda a Petty, I’m Leaving You le da la vuelta al victimismo de Orbison y, hasta cuando aplica patrones rhythm’n’blues o ligeramente jamaicanos —Love and Rain y When the Night Comes— se aparece el mofletudo Paul.
En álbumes de filigrana instrumental y opíparos arreglos como Alone in the Universe, la musicalidad resbala sobre la emoción real, tan solo la delinea con esmero, no fuera a contagiarse. Lynne tiene su mercado y sirve sus asépticos productos a clientes que buscan una leve gratificación, no la verdad, ni el arrebato. The Sun Will Shine on You y All My Life, piezas centrales de la colección, suenan primorosamente aunque redunden huecas, insulsas, y se ahoguen en su tópico resabio. Hacia el final, antes del pomposo tema titular, el millonario barbudo de perennes gafas oscuras cuela un revelador trasunto de ligereza discotequera al estilo de finales de los setenta. Ese es su target, por supuesto, oyentes cincuentones que no dieron el salto cuando el pop vio cómo su discurso, hasta entonces homogéneo, explotaba en todas direcciones tras la debacle del punk. Estará solo en las alturas, pero sigue atento al tintineo de la caja registradora. Ignacio Julià
Deerhunter - Fading Frontier
En una reciente entrevista, Bradford Cox (Georgia, 1982), principal compositor, cantante y guitarrista de Deerhunter, describía el contenido de este nuevo disco a través de la imagen que ilustra su portada. Se trata de Zuma #25, una composición fotográfica del artista angelino John Divola en la que se divisa el mar desde el interior de una habitación quemada. El concepto que trata de transmitir a través de esta metáfora visual parece obvio cuando se conocen los antecedentes depresivos y melancólicos del músico y su actual estado de apaciguamiento emocional: hay vida ahí fuera, y puede ser maravillosa.
Artista: Deerhunter
Disco: Fading Frontier
Sello: 4AD/ POPSTOCK!
Calificación: 8,5 sobre 10
Si su anterior disco, Monomania, profundizaba en los rincones más oscuros de su repertorio de lamentos, en Fading Frontier dominan la luz y un pop colorista repleto de sorpresas. Quizás haya influido en este cambio de perspectiva el accidente que sufrió Cox en diciembre de 2014, cuando fue arrollado por un coche y tuvo que ser hospitalizado e inmovilizado durante semanas. Y es que, paradójicamente, de esa experiencia traumática parece haber nacido la colección de canciones más luminosas de la carrera de una banda que, dicho sea de paso, siempre se ha mostrado libre de estereotipos y reacia a repetir esquemas.
El grupo ha publicado la paleta de influencias en las que se han inspirado para escribir y grabar estas nueve nuevas canciones, y el resultado es un curioso y muy interesante mapa de conexiones y nombres donde se entremezclan bandas y músicos como R.E.M., Pharoah Sanders, Al Green, Inxs, Tears For Fears, Caetano Veloso o Tom Petty con escritores como Pablo Neruda o J.G. Ballard, las películas de Pedro Almodóvar o Robert Bresson, los poemas de Vicente Huidobro o la marca de té helado Earl Grey, entre otras diversas referencias.
Sorprende para bien que una banda como Deerhunter -actualmente una de las más importantes dentro de la escena independiente a nivel internacional- lleve a cabo un ejercicio de humildad como este. Son sus cartas, están sobre la mesa y no tienen reparos en mostrarlas. Después de todo, tal como Bradford Cox se empeña en decir en público, él nunca pensó que tendría futuro como músico. Simplemente pasó. Él mismo resumía excelentemente en otra reciente entrevista su concepción de creación y distribución del arte, y lo hacía parafraseando a John Cassavetes: "Págalo tú mismo, hazlo tú mismo". De esta actitud fuera de toda ambición más allá del mero compromiso artístico es de donde nacen las obras con capacidad para trascender, y Fading Frontier tiene argumentos para ser una de ellas.
En resumen, el séptimo disco de la banda californiana es un trabajo honesto, luminoso y tan lleno de matices como enteramente disfrutable. Una obra de pop inteligente y actual que, como sus predecesores, es también un buen reflejo del momento vital del grupo y de su líder. Fieles solo a sí mismos, su propuesta continúa lejos de mostrar signos de agotamiento. Con estas nuevas canciones atestiguan un momento de plena y merecida vigencia y un presente que, ahora sí, suena (casi) feliz. JuanP Holguera
The Wainwright Sisters - Songs in the Dark
Martha Wainwright y Lucy Wainwright Roche son hermanas, hijas del cantante Loudon Wainwright (padre también del más conocido Rufus), pero no crecieron juntas. La primera es hija de Kate McGarrigle y la segunda de Suzzy Roche, ambas cantantes. Y lo que aquí graban juntas (por primera vez; Martha y Lucy tienen carreras en solitario, de más renombre aunque irregular la primera) es el cancionero que aprendieron de sus progenitores de pequeñas. Canciones de sus propios padres y familiares (Runs in the Family parecía obligada) y de cantautores como Townes Van Zandt (Our Mother the Mountain, uno de los mejores momentos) o Richard Thompson, clásicos como El cóndor pasa, tradicionales (Long Lankin, All the Little Pretty Horses) y hasta una de Irving Berlin.
Artista: The Wainwright Sisters
Disco: Songs in the Dark
Sello: PIAS
Calificación: 6 sobre 10
Songs in the dark va de poner infancias en común. Parece que se ha buscado desde la producción (austera pero con detalles cálidos, con gusto por el eco) la sensación de estar en directo en la sobremesa de una comida de Acción de Gracias en la que los miembros musicales de la familia (muchos, a juzgar por los créditos), al calor del fuego del salón, empiezan a recordar, juguetones, emocionados y embriagados, las canciones de los padres hasta que el sentimiento de pertenencia invade la escena y todos los problemas pasan a un segundo o tercer plano.
La sensación de intimidad compartida funciona en buena parte del álbum. Las casi consecutivas Prairie Lullaby, Hobo’s Lullaby y Lullaby (tanta lullaby -nana- indica mucho del carácter del disco), apenas con guitarras acústicas rasgueadas y armónicas, emotivas, apenas susurradas, establecen el tono para el resto. El cóndor pasa funciona, aunque es uno de los pocos momentos en los que las voces de las hermanas se fusionan de verdad. Quizá por eso también queda en la memoria la tradicional Long Lankin, varias voces a capella. Pero la unión de voces se da poco, y cuando lo hace no siempre funciona, no parecen sumar gran cosa. Y cuando no se suma, ya se sabe, se resta.
Buena parte de la escucha transcurre placentera entre la necesidad de un café y una manta y una mecedora impresión de bienestar familiar. Cuando empiezan a caer canciones no tan apelantes o no tan logradas como la versión del Dusty Skies de Cindy Walker, se empieza a mirar la reunión de hermanas con ajena indiferencia, como una en la que no estás seguro de querer o tener que estar. Martha y Lucy siguen cantando bonito, pero la intimidad que al principio del disco invitaba a formar parte, o al menos a abandonarse en ella, hacia el final (el último tercio parece una sola canción) se convierte en una hermética monotonía de la que es mejor salir a tomar el aire. Se rompe la ensoñación y ves que ese no es tu salón, ni ellas tus hermanas ni esas tus canciones de niñez. Mejor dar las gracias por la primera parte, cerrar sigilosamente la puerta y a otra cosa. Josu Lapresa
Babelia
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