El rescate de un cantaor de leyenda
Un congreso de la Universidad de Cádiz redescubre la figura de Juan Mojama
Juan Valencia Carpio, Juanito Mojama para el flamenco, fue, como poco, un cantaor especial. Artista que diríamos de culto, con apreciaciones de algunos entendidos que rozan la hipérbole, puede que fuera un adelantado a su tiempo, pero, en cualquier caso, el que le tocó vivir –la primera mitad del siglo XX- no pareció propicio para que ganase la popularidad que hubiese merecido. A ello puede que contribuyera también su carácter, que más que raro parecía reservado. No fue así muy amante de los escenarios y prefirió, como otros artistas (Aurelio Sellé, Tomás Pavón…) la intimidad de las fiestas privadas. Cuidado y elegante en el vestir, dicen que se le podía confundir con uno de los señoritos que las pagaban. Ese porte señorial, acorde con su dignidad personal y artística, le acompañaría de por vida, incluso cuando enfermó y con la suerte adversa tuvo que ganarse la vida en sus últimos años vendiendo tabaco. No existe, por cierto, unanimidad sobre el lugar de su fallecimiento, que parece producirse en 1957. Mojama había nacido en Jerez de la Frontera en 1892 en la calle Honsario, es decir, ni en Santiago ni en La Plazuela, los dos barrios gitanos señeros de la ciudad, aunque sus progenitores sí que provenían de uno y otro respectivamente. Su vida trascurrió, sin embargo, casi al completo en Madrid, ganándose la vida en los colmados de la época (Los Gabrieles, Villa Rosa…).
En la capital, a la que había llegado con un bagaje importante de cantes de su tierra, entró muy pronto en contacto con su paisano Don Antonio Chacón, el cantaor más importante del momento. Junto a él, su conocimiento se ampliaría de la misma forma que su cante adquiriría matices nuevos, pero, por encima de ello, Mojama será un artista que impregnará los cantes de una inconfundible personalidad en la que convivan musicalidad y jondura. “Esa conjunción difícil de encontrar entre profundidad y dulzura, entre compás y armonía, entre lo más dionisiaco del cante y lo más apolíneo, se abrazaron en Juanito Mojama de forma intuitiva y genial”, como ha escrito de él Ramón Soler Díaz.
El legado discográfico de Mojama es escaso, pero de una importancia trascendental en la configuración para la posteridad de estilos cantaores como la bulería o en la fijación de otros de su tierra, como la soleá o la seguiriya. A lo largo de 1929 registró un total de ocho placas de pizarra con el acompañamiento a la guitarra del maestro Ramón Montoya para el sello Gramófono. Son, pues, un total de 16 cantes que bien resumen su calidad cantaora, que resulta ser de una arrebatadora belleza y conmovedora profundidad. Encontramos tres tandas de seguiriyas, otras tres de soleares y otras tantas de bulerías; dos de tientos, dos medias granaínas, alegrías, caracoles y taranta. Estos discos gozaron de poca difusión o repercusión y no sería hasta la segunda mitad de la década de los ochenta cuando su figura comenzaría a ser reivindicada, un fenómeno que algunos, entre ellos el citado Soler Díaz, asocian con la valoración que por ese tiempo se vuelve a dar de la capacidad de afinación de las voces y a su musicalidad. En 1988 la Fundación Andaluza de Flamenco reeditó siete de sus cantes en un LP, y en 2002 el sello Sonifolk diez en el CD Esencia Flamenca, que dirigió José Blas Vega; pero sigue sin editarse su obra completa.
Curiosamente, el Congreso que se va a celebrar estos días (27,28 y 29 de noviembre) en su ciudad natal, organizado por la Universidad de Cádiz, contempla en su programa la presentación de un nuevo CD con los cantes de Mojama editado por el sello Flamenco y Universidad. La cita, bajo el lema “La Modernidad cantaora de Juanito Mojama. Redescubriendo a un genio”, va a reunir a investigadores y estudiosos de la obra del cantaor junto a periodistas y músicos como Manolo Sanlúcar. Relevante será el testimonio de aquellos que conocieron y trataron al artista, como el guitarrista Manuel Morao.
Babelia
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