"No le llamo flamenco a lo que sale de una guitarra y un cantaor"
Hace cinco años no distinguía bien una petenera de un tiento o una soleá de un fandango, pero Rocío Segura (Almería, 1979) nació para cantar y no cree en eso del profesional que se "hace". Hace cinco años, cuando tenía sólo 15 años, la escuchó cantar, en un homenaje a los pescadores de su barrio, un aficionado que se encargó de curtir con teoría lo que Rocío cantaba de forma casi innata en la práctica. "Fue entonces cuando empecé a estudiar y a dedicarme más en serio. Empecé a escuchar a los antiguos y a reconocer sus estilos y sus grandes virtudes", explica la joven promesa, flamante ganadora de la Lámpara Minera del festival de La Unión.Rocío Segura ha tenido, eso sí, un entorno físico y emocional favorable siempre al cante. Sin duda el vivir en uno de los barrios más populares de Almería, Pescadería, no ha caído en saco roto para el oído de Rocío: allí no es difícil escuchar ecos de Camarón al pasear por una de sus calles o sentir el canturreo de algún vecino mientras se afana a una tarea. Por eso la joven cantaora concede un mérito en su suerte al barrio que la crió y la recibió con los brazos abiertos nada más conocerse la noticia de su triunfo en La Unión.
"Me ha influido Pescadería porque mi abuelo era pescador y siempre he estado rodeada por gente de la mar. Él cantaba muy bien la taranta, el taranto y la granaína. Y quizá yo me parezca más a mi abuelo que a mi madre. Yo soy de más genio y mi madre es más dulce", apunta Rocío.
Antonia, su madre, comparte culpa con el barrio en el halagüeño futuro que el flamenco puede propiciarle a Rocío. Aunque ella jamás se ha dedicado al cante de forma profesional, no se concibe una Semana Santa en Almería sin sus saetas, de las que también supo nutrirse Rocío hasta superar el talento de su progenitora. No en vano una saeta fue lo que, por vez primera, cantó ante un público cuando sólo tenía nueve años.
"Yo escuchaba a mi madre cantar saetas y fandangos de Huelva el día entero, mientras cocinaba. Una vez se puso mala y no pudo cantarle a un paso de Semana Santa. Yo le dije que la sustituía y ella me dijo: '¿pero es que tú sabes cantar?". Su debú, ante la Virgen de Fe y Caridad, le valió el primer premio de saetas en aquella Semana Santa de 1989. Curiosamente, aquellos versos cantados se antojan reveladores del, a veces, difícil entorno del barrio de Pescadería: Madre mía de Fe y Caridad / vuelve tu cara pa'tras /a los ciegos dale vista / a los presos libertad / y al marinero buen tiempo / para que pueda navegar. Aquel Domingo de Ramos determinó que Rocío Segura se inscribiera en la Peña El Morato de Almería y empezara a cantar de manera definitiva.
Entre sus mayores referentes artísticos coloca a los que ella denomina "los antiguos": Antonia Gilabert Vargas o Perla de Cádiz, Pastora Pavón o la llamada Niña de los Peines, Manuel Torres o Antonio Chacón García, entre otros. "De los de ahora no me fijo en ninguno, pero admiro mucho a Chano Lobato porque es de los puros que quedan. Él canta los cantes de Cádiz sin estropearlos", sostiene.
A pesar de ofertas tentadoras, su pasión por el flamenco "puro" la mantendrán alejada de las fusiones que tilda de música "comercial" y "camino fácil". "No le llamo flamenco a lo que salga de una guitarra y un cantaor", dice. "Aunque el flamenco puro ya está inventado y no se podrá perder jamás, pero tendría que nacer otra Niña de los Peines u otro Chacón para que salgan cantes nuevos". Por si acaso, sabe curarse en salud: "No digo que en un futuro yo no lo haga. De hecho, ya me lo han ofrecido, pero no me dejaban meter cante puro".
A pesar de su corta edad, a Rocío Segura se le nota en los ojos el peso de la responsabilidad que ella misma se ha impuesto para "defender" la Lámpara otorgada la madrugada del domingo en Murcia. Ahora más que nunca se afanará en el estudio para mejorar y demostrar que es digna portadora del título. "Me meto en mi cuarto, cojo mi carpeta y saco mis conclusiones. Cojo libros y comparo porque todas las versiones del flamenco no son las mismas", reflexiona.
A este premio, que le asegura un año entero de trabajo en la promoción del festival, se le unen otros como el Nobel de La Unión en 1997, el trofeo de la Casa Museo de Federico García Lorca, el primer premio Jumilla con el trofeo de La Uva de Oro o el primer premio de Calasperra, en Murcia, a la cantaora más completa, entre otros.
Dice no tener afán de llegar a un tablao en concreto sino "a todos los tablaos". Y de sus palabras se entresaca también que, más que respeto en el mundillo flamenco, se guardará muy mucho de perdérselo a los que no estén arriba. "Todo aficionado que sale a un escenario a cantar ya lo merece", sentencia Rocío.
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