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CRÍTICA | LOS HERMANOS KARAMÁZOV
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres hermanos (comedia bárbara)

Javier Vallejo
Juan Echanove (de pie) y Antonio Medina, en 'Los hermanos Karamázov'.
Juan Echanove (de pie) y Antonio Medina, en 'Los hermanos Karamázov'.S. PARRA

Pasiones inabarcables, como las fronteras patrias, infiltradas por una filosofía (el cosmismo ruso) que acabaría impulsando el pujante proyecto espacial soviético. Los hermanos Karamázov es una novela capital, tan desbordante como tentadora: Brook hizo una versión zen de uno de sus episodios (El gran inquisidor) y Frank Castorf, director dostoievskiano por excelencia, ha estrenado este año unos Karamázov actualizados, celebradísimos, donde sus protagonistas se debaten entre la pulsión mística rusoriental y una presión capitalista insaciable (ojalá que los programadores de algún festival español se animen a traerlo).

Los hermanos Karamázov

A partir de la novela de Dostoievski. Versión: José Luis Collado. Reparto: Juan Echanove, Antonio Medina, Fernando Gil, Antonia Paso… Dirección: Gerardo Vera. Madrid. Teatro Valle-Inclán, hasta el 10 de enero.

El montaje de Gerardo Vera con el Centro Dramático Nacional se apoya en una versión certera de José Luis Collado, que ha expurgado el texto de tramas secundarias y de meandros a costa de desplazar el eje tractor de tan inmenso tráiler. El héroe aquí es Dimitri, encarnado por Fernando Gil con planta cosaca, nobleza de carácter y contención, cualidad imprescindible para matizar el carácter virulento del exmilitar. Su antagonismo con Fiódor, su despótico padre, interpretado rotundamente por Juan Echanove, depara alguno de los no pocos momentos sobresalientes de un sobresaliente espectáculo.

El patriarca lascivo en su butacón, con el bastardo Smerdiakov a sus pies, es un Don Juan Manuel Montenegro con su bufón, en Romance de lobos: ambos cuadros vivientes comparten épica y textura, son coetáneos y reflejan la misma sociedad estamental. Valle-Inclán no solo tenía en la cabeza El rey Lear cuando escribió su obra maestra (ex aequo con Luces de bohemia). Óscar de la Fuente (Smérdiakov) está descomunal en la escena de la anagnórisis. Los actores en general imprimen a sus personajes un carácter celtíbero apasionado, un fuego que es todo llama. Fernando Gil es la clara excepción: pasa por eslavo en todo momento. Así, la exaltada Grusha de Marta Poveda, actriz fantástica en ese registro, pero a la que cabría sugerirle que, en busca de la expresión exacta, explorara la posibilidad de prender semejante llama con menos leña. Sobresalientes también, la elocución y la prosodia de Lucía Quintana (Katia). Ferran Vilajosana (Aliosha, el hermano novicio) y Markos Marín (Iván, el hermano ateo: dos caras de Rusia en el plano simbólico) acaban encontrando el justo tono elevado de sus personajes: el primero de ellos, en la violenta y hermosa escena de la fe ciega en la inocencia de Dimitri, y en la de su autoinculpación, el segundo.

El trabajo de Vera está punteado por escenas alegóricas mudas, violentas, que recuerdan el teatro de los lituanos Eimuntas Nekrosius y Rimas Tuminas. Al director español se le ha pegado el imaginario del Este, para bien, también en el diseño escenográfico. Amplia y pertinente, la paleta lumínica de Juan Gómez Cornejo. Son tres horas muy bien empleadas: qué menos, para tanto.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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