Nube Roja ha vuelto, ¡how!
No era nuestro jefe sioux favorito, pero ahora una nueva biografía lo reivindica
Teníamos olvidado a Nube Roja: nuestros sioux favoritos han sido siempre Toro Sentado y sobre todo el irreductible y melancólico Caballo Loco. Nube Roja… sí, un gran guerrero, vale, pero ¿no acabó siendo un pragmático pactista que además se acomodó al way of life de los blancos renegando del poni y la pradera? Y finalizó sus días en la cama –murió durmiendo, a los 88 años- y en brazos de su primera mujer, Lechuza Hermosa, a la que fue inusitadamente fiel, para un sioux, toda su vida. Toro Sentado (a pesar de haber hecho el indio con Buffalo Bill) y Caballo Loco sufrieron sendas muertes violentas, más de acuerdo con su estatus legendario. Y ambos tuvieron vidas sentimentales agitadas: Toro Sentado cinco esposas , que ya me dirán si no es agitación. Y Caballo Loco, después de recibir un disparo en la mandíbula del borrachín No Water por seducir a su mujer, dos, una de ellas la insidiosa mestiza de Cheyenne y francés Nellie Larrabiee, conocida entre los lakotas con su gran sentido de la nomenclatura como Chi-Chi.
Decía que con todo eso de Toro Sentado y Caballo Loco, sin contar siquiera lo que le hicieron a Custer en el Little Big Horn, Nube Roja quedaba así como soso. Dee Brown en el canónico Enterrad mi corazón en Wounded Knee, donde tantos abrevamos en los setentas nuestra pasión post Karl May por los pieles rojas, mostraba respeto y admiración por el gran jefe oglala pero también cierta decepción por su transformación en un hombre cauteloso, comedido y amansado. Tampoco le caía bien Nube Roja a Toro Sentado: ahí queda el dato. Una nueva biografía del personaje, En el corazón de todo lo existente, de Tom Clavin y Bob Drury (Capitán Swing), que se subtitula con indudable gancho “la historia jamás contada de Nube Roja”, reivindica al jefe y nos obliga a repensarlo. El libro es estupendo, está escrito con contagiosa pasión y ofrece sabrosos detalles como la sensación que le produjo al teniente Collins el impacto de una siseante flecha en la cabeza que “le perforó la frente, le taladró el cráneo y le hizo estallar el córtex prefrontal”.
Los autores subrayan qué difícil lo tenía Makhpiya-Luta, Nube Roja, para escalar como lo hizo en la jerarquía de su tribu pues era huérfano de un brulé alcohólico al que mató la afición al whisky. El chico, no obstante, se ganó un nombre jugándose el pellejo en las luchas intertribales, especialmente con los cuervos -a los que les liquidó a su jefe Conejo Pequeño- y los pawnees, de los que una vez mató a cuatro con una sola mano (no se especifica qué hacía mientras con la otra). Lo describen como terco, taciturno, elegante, brutal y arrogante, y como un gran político y estratega que supo unir a las tribus y organizar una guerra de guerrillas que volvió locos a los blancos. Con él cerca no había quien saliera de Fort Laramie. Fue su realismo y el deseo de evitar males mayores a los suyos lo que le llevó al sendero de la paz. Pese a las victorias, observó, los indios “nos derretimos como la nieve en las laderas, mientras los blancos crecen como hierba de primavera”. El derrotismo le vino especialmente tras una visita a Washington. “Nube Roja ha visto demasiado”, expresó un guerrero lakota aún combatiente. Quizá lo que nos distancia del gran jefe es que no nos gusta la gente que tiene el valor de hacer lo que hay que hacer. Preferimos a los soñadores y románticos, aunque causen mucho más daño.
Babelia
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