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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fulgurante éxito del tenor Juan Diego Flórez en el Teatro Real

El peruano vuelve a embriagar al público del coliseo madrileño con un recital ascendente

Juan Diego Flórez, tras su actuación en el Teatro Real, en Madrid.
Juan Diego Flórez, tras su actuación en el Teatro Real, en Madrid.Javier del Real (EFE)

Como en la famosa novela inacabada de Stefan Zweig, La embriaguez de la metamorfosis, la historia del tenor Juan Diego Flórez (Lima, Perú, 1973) se asemeja a la oruga transformada en mariposa. De mediocre cantante pop que triunfó en un concurso local de 1989 al más grande tenor belcantista internacional en menos de diez años. Un fenómeno vocal que sigue en la cúspide tras casi dos décadas de imponente carrera. Un lírico-ligero con una prodigiosa combinación de naturalidad y perfección técnica que ha hecho creer al público que cantar las más intrincadas arias operísticas de Rossini, Bellini y Donizetti es algo sencillo.

Flórez volvió a embriagar al público del Teatro Real con un recital ascendente, bien diseñado, con varios guiños a Alfredo Kraus y hábilmente acompañado por el pianista norteamericano Vincenzo Scalera. La noche empezó marcada por el recuerdo de los terribles atentados de París con un minuto de silencio y la dedicatoria del tenor peruano de las tres bellísimas mélodies de Duparc que abrían el programa. Flórez las defendió con toda su elocuencia musical, pero se resintió su pronunciación de los versos de Cazalis, L’Isle y Baudelaire. Tampoco el estilo, fraseo y vocalidad en las dos arias de Mozart de Don Giovanni y Così fan tutte fueron ideales. En realidad, la fiesta no comenzó hasta que llegaron Rossini y Donizetti. Y aquí la belleza de su timbre, una técnica inmaculada, su personal forma de integrar las agilidades o esa generosa propensión al agudo ganaron al público ya fuera como Narciso en Il turco in Italia o Edgardo de Lucia de Lammermoor, un papel que cantará por primera vez el mes que viene en el Liceu de Barcelona.

La segunda parte se abrió con un ramillete de arietas y canciones napolitanas bien conocidas que forman parte de su nuevo disco titulado Italia como Mattinata de Leoncavallo o Marechiare de Tosti. Pero nuevamente fue la ópera lo que marcó la diferencia con una proverbial versión de la scena ed aria de Gennaro Partir degg’io... T’amo qual s’ama de Lucrezia Borgia. Donizetti la añadió al comienzo del segundo acto para lucimiento del tenor ruso Nicola Ivanoff, Richard Bonynge la recuperó en los años sesenta, Alfredo Kraus la consolidó en el repertorio y ahora Flórez ha recogido su testigo. Fue quizá lo mejor de la noche con una impresionante mezcla de seducción vocal, generosidad en el fiato y consistencia en el registro agudo.

Tampoco faltaron las propinas con los destellos de simpatía natural del tenor peruano. Empezó por todo lo alto con la cabaletta Ah! mes amis...Por mon âme de La fille du regiment de Donizetti y sus impresionantes nueve Do de pecho. Siguió un guiño a sus orígenes con el vals José Antonio de la cantautora peruana Chabuca Granda que se acompañó él mismo con la guitarra. Atendió la petición del público de la romanza Una furtiva lacrima del L’elisir donizettiano que cantó con exquisito legato. Lució vis cómica manzana en mano en Au Mont Ida, trois déesses de La belle Hélène de Offenbach. Y todo terminó con la famosa canzone La donna è mobile de Rigoletto de Verdi, precisamente la próxima ópera que subirá a las tablas del Teatro Real.

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