La era más ecléctica de nuestra cultura
Las nuevas tecnologías expanden y multiplican la creación en castellano, en una España muy lejos de aquella de 1975 con muchos artistas en el exilio y cerrada a la influencia exterior
Cuando murió Franco, España era un borbotón de modernidad apenas visible, frecuentemente clandestina, que se echó a la calle con pantalones de campana y plataforma para gritar: aquí estamos.
Los índices de lectura se revelaban ínfimos, nada que ver con ese 63% actual que arrojan hoy, ni existían las estadísticas en ese ámbito. El país lastraba un 5,7% de analfabetismo, Francisco Umbral había ganado el Premio Nadal por Las ninfas y Javier Marías o Antonio Muñoz Molina se alimentaban de lecturas anárquicas para conformar su liderazgo en la futura generación de la transición.
Muchos de nuestros artistas plásticos habían elegido el exilio. Las paredes de los coleccionistas optaban entre las abstracciones místicas y el pop art, mientras por la calle, Miguel Ríos, Triana o Serrat, debían lidiar con la poderosa atracción fatal que desde fuera, desaparecidos ya The Beatles, irrumpía con el hard rock de Led Zeppelin y Deep Purple, el sinfónico en plena efervescencia de Pink Floyd o la violencia naciente como una probeta dispuesto a abortar por sobredosis del punk.
Ninguno de ellos se planteaba ni por lo más remoto dar un concierto en España, salvo cuando los Rolling aparecieron en 1976 en Barcelona y adonde, de vez en cuando, se acercaban algunas orquestas clásicas, con directores de renombre o se perdían en carreteras secundarias pianistas legendarios, que purgaban su soledad entre baches de la vieja Castilla en un Simca, como el ruso Sviatoslav Richter.
Los poetas aún se echaban los trastos a la cabeza y Almodóvar trabajaba en Telefónica, de chico de los recados
Los poetas aún se echaban los trastos a la cabeza y Almodóvar trabajaba en Telefónica, de chico de los recados. Pero en un pis pas, vino al mundo la Movida y Madrid se convirtió en un foco de atracción creciente a nivel internacional. El revolcón a las buenas costumbres que The Beatles y The Rolling Stones habían propiciado a Occidente en los sesenta, envueltos en delirios de ácido, orgías cotidianas y protestas pacifistas, llegó de golpe y nos puso al día.
A partir de entonces y a lo largo de casi 40 años, la cultura española ha realizado un viaje entre vertiginoso y admirable por su cosecha que nos ha llevado de la mano de la generación de Saura y Gutiérrez Aragón, con Trueba y Almodóvar en medio, al eclecticismo de Amenábar, Sánchez Arévalo, Fernando León de Aranoa o Isabel Coixet. Todos conviven en un hábitat natural de géneros puros y trufados, de falta de complejos, lo mismo que ocurre en la literatura, la música y el arte.
Las tres generaciones que aún viajan en la España creativa, han vivido desde finales de los setenta, el periodo de libertad continuada más extenso de su historia y eso ha proporcionado un fruto variado y de calidad que será juzgado más adelante, por la vara del tiempo. La distancia recorrida puede medirse entre la música que nos ofreció Radio Futura y hoy pare una Vetusta Morla más hija de Héroes del Silencio que de Nacha Pop. Podríamos tranquilamente meterle una banda sonora continua con canciones de Sabina, hasta entretejer la poesía de corrientes como la de la Experiencia, madre más reconocida del sano fuego común que ha encontrado en el mundo hispanoamericano la que ya se conoce como Generación de platino, con creadores de todos los países nacidos a partir de 1970.
Gracias a esa riqueza ecléctica de creación en plena libertad se ha ido tejiendo una industria floreciente que en 2015 da empleo a 511.800 personas, según el Anuario de Estadísticas Culturales que cada año lanza el ministerio. Lo hace dentro de en un panorama global, donde las industrias culturales representan un total del 3,5% en todo el país.
Todo ello ha creado un conjunto de ciudadanos que abrazan cotidianamente la creación. Leen libros y alimentan así la considerada tercera industria editorial del mundo, escuchan música con tasas anuales que alcanzan al 87,2% o con más de la mitad de la población, un 54%, que va al cine.
La transformación de las estructuras ha corrido pareja con el resto de países en Occidente. Más aceleradamente, por la conciencia de atraso que han manifestado de forma más aislada que frecuente, algunas autoridades. Dejando atrás la última legislatura, presa de los recortes y una inquina de ciertos sectores del Gobierno en el ámbito económico, la evolución ha ayudado a que los hábitos de consumo culturales se consoliden.
Los años ochenta fueron los de la aceleración y la completa apertura de los mercados y las tendencias. Los noventa nos consolidaron y el siglo XXI ha sido el de la normalización y el reconocimiento como potencia cultural gracias también a un factor fundamental para la expansión global: la extraordinaria fuerza del español como lengua líder, junto al inglés.
La nueva generación busca ya su cuota de iniciativa frente a la cultura patrocinada
Si en literatura, los lazos se incrementan entre los países hispanohablantes gracias a una industria editorial que los aglutina y potencia, en el cine y la ficción televisiva, ese factor de crecimiento y forja de identidad, no se ha explorado en todas sus posibilidades.
Las fronteras físicas, por esta razón, se han multiplicado. Pero España debería buscar su cuota de liderazgo dentro del contexto a compartir con países como México, Argentina, Chile, ahora Perú, la imparable Colombia y ya, como realidad, Estados Unidos, que en pocas décadas, podría convertirse en el país con más hispanohablantes del planeta.
Las nuevas tecnologías ayudarán a esa expansión. Los hábitos de consumo cultural, así lo exponen. Estas acompañan la expansión de la cultura de forma creciente. Desde la escucha de música, que ha crecido hasta 20 puntos en cuatro años (del 9,8% que la escuchaban en los móviles en 2011 al 30,3% actual) a las visitas virtuales a museos o el disfrute de artes escénicas o a la compra de entradas, que va camino de consolidarse como opción líder en pocos años si sigue creciendo a razón de 10 puntos anuales, caso de la ópera y el teatro.
La nueva generación busca ya su cuota de iniciativa frente a la cultura patrocinada. No podrán negar que esta les abre sus posibilidades de acceso como nunca antes ninguna otra era precedente ha conocido, pero la imparable, instintiva y riquísima fuerza de la creación, espera con ansia que quienes hoy rondan los veinte años nos lleven todavía mucho más lejos.
Babelia
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