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El artista de las subastas

Jussi Pylkkane, considerado el mejor adjudicador del mundo, protagonizó esta semana en Christie’s la segunda venta más cara de la historia

Pablo Guimón
Fernando Vicente.
Fernando Vicente.

Subido a su tribuna de madera, Jussi Pylkkanen adopta una de sus ya clásicas posturas como de tai chi. Brazo derecho estirado, mano abierta hacia el exterior. Cabeza erguida y girada, mirada fija en un punto justo por encima de los dedos. Brazo izquierdo flexionado, antebrazo paralelo al suelo con la mano al frente y, sujeta entre las yemas de los dedos medio y pulgar, la legendaria maza de madera que le acompaña desde hace más de 20 años.

De repente: “¡Vendido!”. El tronco gira, la corbata violeta se balancea y el brazo derecho ejecuta una especie de mortífero saque de ping pong, mientras el izquierdo se alza levemente antes de bajar con fuerza. La maza golpea la madera de la tribuna produciendo una percusión leve y seca. Así suena un modigliani vendiéndose por 158 millones de euros a un antiguo taxista chino convertido en multimillonario coleccionista de arte.

El Nu couché de Modigliani se convirtió el pasado lunes en la segunda venta más cara de la historia en una subasta, después de Les Femmes d’Alger de Picasso, que el propio Pylkkanen vendió el pasado mes de mayo por ocho millones más.

Los expertos dicen que un buen subastador puede lograr un incremento de entre un 10% y un 20% en el precio final de un lote. Y Jussi Pylkkanen, de 52 años, es el mejor subastador del mundo. Sabía mejor que nadie lo que tenía entre manos cuando llegó el lote estrella de la primera de las cinco subastas de noviembre de Christie’s en Nueva York. Las vanguardias de principios del siglo XX, la pintura que sacudió los cimientos de lo convencional, son el área de especialización de Pylkkanen. Y esta era una obra maestra indiscutible.

Los expertos dicen que un buen subastador puede lograr entre un 10% y un 20% de incremento en el precio final de un lote

Un poderoso desnudo femenino, pintado en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, que provocó tal escándalo cuando se exhibió en la primera y última exposición individual de Modigliani en la galería Berthe de París que la policía requirió el cierre inmediato de la muestra. El cuadro no había salido nunca a la venta en sus cien años de vida hasta el lunes. Un género de primera para que Pylkkanen desplegara todo su oficio y su pompa.

“Esto es muy complejo psicológicamente”, explicaba Pylkkanen hace un año, sentado en su despacho de la sede londinense de Christie’s. “Tiene algo de combate, como los cristianos y los leones. Tiene táctica. Pasión. Secretismo. Aprendes mucho sobre los seres humanos. Debes ser intuitivo. Esa es una habilidad esencial. Puedes parar. Arrancar. Tienes 60 segundos. Es lo que dura más o menos cada venta. Es muy rápido. Debes diseñar cómo lo vas a hacer. Las tres pes son importantes: pulso, preparación y prestancia. Puede surgir un cambio repentino, un incidente dramático, y debes mantener el control. Y ¡panaaash! Llega Lionel Messi. No puedes enseñar a ser un subastador. Todos somos similares, pero algunos somos muy buenos en determinadas cosas”.

La del lunes fue una subasta tensa, con seis personas compitiendo por una mujer desnuda. Nueve minutos en los que Pylkkanen se sabía, una noche más, en el centro del mundo del arte.

¿Cuánto vale una mirada de Pylkkanen, un levísimo arqueo de las cejas que le dice al comprador: ‘Vamos, sabes que esta pieza tiene que ser tuya’?

Jussi Pylkkanen lleva vendiendo arte desde que, siendo una estudiante de Literatura inglesa en Oxford, compraba piezas menores en Christie’s para revendérselas a los padres de sus amigos. Su familia se trasladó de Finlandia a Reino Unido, cuando él era una bebé, en busca de una oportunidad profesional para la madre en la emergente industria de la moda. La colección de vidrio escandinavo que adorna las estanterías de su despacho revela el exquisito gusto por la decoración nórdica que epató a los vecinos de la suburbial Cobham, en Surrey, donde la familia se hizo construir una casa modernista.

Un día un directivo de Christie’s le recomendó que ingresara en la escuela de la casa si lo que perseguía era una carrera en el mundo el arte. Allí aprendió, no solo historia del arte, sino “a mirar a los objetos con más atención, a diferenciar la calidad”. A mediados de los ochenta empezó a trabajar en la casa de subastas londinense. Pasó por los departamentos de viejos maestros y de impresionismo y, mientras escalaba puestos en la empresa, recibió otro consejo crucial.

Después de 30 años de carrera en la casa,  Pylkkanen es una institución en el mundo del arte

El entonces presidente de la empresa, Christopher Davidge, le sugirió salir de la trastienda y convertirse en subastador. “La gente tiene que saber quién eres”, le dijo. “Y la mejor manera de lograrlo es colocándote delante de los coleccionistas cuatro veces al año”.

Así lo hizo y, después de 30 años de carrera en la casa, Jussi Pylkkanen es una institución en el mundo del arte. El año pasado Patricia Barbizet sucedió a Steven Murphy al frente de Christie’s, y Pylkkanen se convirtió en su segundo, con el cargo de presidente global de una empresa que, en los últimos años, ha dejado atrás a su eterno rival, Sotheby’s.

El arte carece de un valor intrínseco. La pieza más cara de Modigliani hasta el pasado lunes era una escultura que se vendió el año pasado por casi 68 millones de euros. ¿Cuánto vale entonces la mujer desnuda de Modigliani? ¿158 millones? ¿Uno más? ¿Diez menos? “Las formas convencionales para establecer los precios son inadecuadas en el caso de artículos exclusivos como son las obras de arte. En lugar de utilizar algún tipo de proceso de consenso para valorar el esfuerzo artístico, la subasta utiliza la competición y el ego para conseguir el precio más elevado posible”, explica Don Thompson en su best seller de 2009 El tiburón de 12 millones de dólares. ¿Cuánto vale una mirada de Pylkkanen, un levísimo arqueo de las cejas que le dice al comprador: ‘Vamos, sabes que esta pieza tiene que ser tuya’?

El mercado de las subastas de arte lleva años rompiendo un récord tras otro en una dinámica que muchos creen insostenible. Unos hablan de burbuja, otros de la alteración de las reglas de un juego que ahora es global. Para Jussi Pylkkanen, privilegiado observador de la escena desde lo alto de su tribuna de madera, es tan sencillo como que “el arte es la nueva religión”. “Este mundo se ha convertido en algo muy atractivo para mucha gente”, explica. “Cuando yo estudiaba en Oxford, les decía que quería trabajar en este mundo y me contestaban que estaba loco. Eso era en 1983. Ahora los jóvenes coleccionan y la atracción turística más visitada de Londres no es el palacio de Buckingham ni la abadía de Westminster: es la Tate. Ser capaz de pagar tanto por un objeto es increíble. Pero lo mismo sucede en cada nivel del mercado. Comprar arte te introduce en una comunidad global. Es un estilo de vida. Como me decía mi abuelo, solo se vive una vez. Y los poetas, los críticos de teatro y los pintores ven la vida de una manera diferente. Conócelos. Sé amigo de ellos. Forma parte de esa comunidad. Yo lo hice, y es maravilloso”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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