Lugansky vuelve con su piano alquímico al Auditorio Nacional
El pianista ruso regresa a Madrid para abrir el ciclo de grandes intérpretes de Scherzo
Nikolai Lugansky tiene en su mirada el frío de una Rusia invernal, y en su modo de hablar un acento marcado por su Moscú natal sobre un inglés reposado. Su carácter es tranquilo, a pesar de la energía tempestuosa que derrocha cuando se pone ante el piano. "No soy una persona que esté siempre peleando o que quiera ser el jefe a toda costa. El músico de verdad sabe cuál es su lugar en cada momento, y hay veces que es en un segundo plano", dice. Este martes se sube a las tablas del Auditorio Nacional dentro del ciclo de grandes intérpretes de Scherzo, pero en primerísimo plano. Solos el piano y él para un reto firmado por Franck, Schubert, Grieg y Chaikovsi.
Lugansky no viene de una familia con una tradición musical de generaciones. Sus padres de hecho son científicos –físico y bioquímica- y, aunque siempre les había gustado la música, "no confiaban en un sistema que es muy duro con los niños y por eso no querían que su hijo estudiara música para desarrollarla a nivel profesional". Pero el deseo de los padres se vio superado por el talento del hijo, que no tardó en aflorar. "Un día, me vieron jugando con una especie de teclado y empezaron a intentar tocar una canción soviética. Al terminar, les dije que había algunas notas que estaban mal e intenté corregirlas para encontrar la correcta. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que tenía cualidades para la música", explica el pianista.
En este viaje a Madrid no solo ejerce de solista en un recital hecho a medida, sino que ha aprovechado para dar unas clases magistrales a alumnos de piano del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Pero solo como algo puntual y por afición, al igual que hace en el Conservatorio de Moscú, donde echa una mano dando algunas lecciones puntuales, pero ni tiene alumnos propios ni se considera maestro. "¡Yo soy pianista, pianista!", dice intentando resaltar lo obvio y remarcando que es esto lo mejor que sabe hacer. Con esos alumnos ocasionales que se sienten fascinados por sus interpretaciones comparte lo que debe ser para él un buen pianista. "Fantasía y disciplina, ambos mundos configuran una hilera de cualidades que configuran a un gran pianista. El pianista acostumbrado a ir a competiciones, llega y conoce cómo lo hacen los demás, diferentes técnicas que lo hacen crecer. Ser músico es una combinación de lo físico y lo artístico. Músculos y cuerpo se combinan con un mundo interior rico en emociones, con esa duplicidad que se encuentra también en el mundo del deporte", les cuenta.
Rusia ha marcado también su manera de ver la música –arte que no cree que haya sido "creada por el ser humano, sino que ya estaba ahí antes de que el hombre apareciera"- y, lógicamente, su forma de mirar el mundo. "La música influye en la manera en la que ves el mundo, pero nada como la literatura. Los libros te enseñan una forma de mirar, mientras que en la música hay nacionalidades pero las puertas están completamente abiertas. Por ejemplo, Stravinski era ruso pero muy cosmopolita, y tiene obras muy rusas pero también de color italiano. Rachmaninov, que es mi compositor favorito, sí que bebe más directamente de la música rusa y se mantiene en ella", explica Lugansky, que tiene los conciertos de piano y orquesta del ruso como obras troncales de su repertorio. Y añade que la música lo vertebra todo, porque es capaz de llegar a todo aquel que pueda escuchar. "La música es el único arte que aceptas tal y como es, como viene. No se necesita una explicación anterior ni anotaciones, viene sin previo aviso y sin guion, solo tienes que escuchar y, aunque la nacionalidad influya en la forma en la que cada uno ve la música, el oído no entiende de fronteras", concluye.
Babelia
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