El día Fassbender
El actor germano-irlandés golpea por partida doble con dos películas en el certamen
Desde que participó en Eden Lake, uno de los títulos clave en el nuevo cine de horror británico, estaba claro que un actor como Michael Fassbender era, por así decirlo, carne de Sitges. El intérprete ha sido, también, quizá el único crítico de cine heroico en toda la historia del séptimo arte (Malditos bastardos), un androide aficionado a Lawrence de Arabia (Prometheus), Magneto (en dos entregas de X Men), un adicto al sexo tan desesperado como grimoso (Shame) y un Carl Jung a las órdenes de una figura tan totémica para este certamen como la de David Croneberg (Un método peligroso). Fassbender es, asimismo, uno de los actores más sólidos, valientes y versátiles de su generación. El germano-irlandés no ha acudido a Sitges, pero en la jornada del miércoles su rostro dominó la pantalla por partida doble: como el forajido melancólico de la muy excéntrica Slow West y como el progresivamente monstruoso aspirante al trono de Escocia, Macbeth.
Tanto el Slow West, de John Mclean, como el Macbeth de Justin Kurzel no forman parte del menú tipo de un encuentro como el de Sitges, y dan la medida de la laxitud de criterio a la hora de diseñar la programación de un festival definido en el desbordamiento. Ambas son, no obstante, dos películas notables: la primera es un western romántico y heterodoxo que aborda el fin de la idealización del Salvaje Oeste a través de pistoleros que ya no quieren serlo, figuras que censan el coste cultural del exterminio de la población nativa e historias de amor que se resuelven de manera tan trágica como, a la postre, redentora.
En su Macbeth, el australiano Justin Kurzel, que dirigirá a Fassbender en Assassin's Creed, aborda a Shakespeare partiendo del amor a la palabra, pero insertándola en la avasalladora imponencia de un paisaje primitivo. Junto a ideas tan eficaces como la de convertir el avance del bosque de la batalla final en un incendio forestal, la película tiene, no obstante, su mayor fuente de intensidad y gran espectáculo en las contrastadas aunque igualmente sobresalientes interpretaciones de Fassbender y Marion Cotillard: ella yendo de la frialdad de una máscara mortífera a lo Trono de sangre a su abrumadora fractura lacrimal; él, emprendiendo el camino hacia una oscuridad monstruosa desde el campamento base de una humanísima duda, de una rotunda fragilidad.
La jornada también permitió disfrutar de Green Room, de Jeremy Saulnier, director que se reveló con la extraña, concisa y eficaz Blue Ruin. Aquí, la historia de un grupo de punk rock que cae en un infierno skinhead le revela en un territorio más cercano a lo convencional, aunque no es habitual ver un retrato verosímil de la escena alternativa en una película de género como la presente. Lo mejor: la mirada de animalillo asustado de Macon Blair, que fue protagonista de Blue Ruin y aquí asume papel secundario pero con mucha turbiedad en sus rutinas laborales.
Babelia
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