Cuando el malditismo es una patraña
El tercer disco de Fernando Alfaro lo sitúa como uno de los creadores pop españoles más talentosos de los últimos 30 años, desmintiendo los tópicos que le ligan a lo tortuoso
Lideró a los referenciales Surfin' Bichos entre 1988 y 1994. Hizo lo propio con Chucho entre 1996 y 2005. Cosechó con ambos una retahíla de parabienes críticos que rara vez se correspondieron con una penetración popular acorde. Y no era para menos, porque la larvada asunción del canon de The Velvet Underground, la fiereza del rock alternativo que lideraban los Pixies y la posterior apertura a un cromatismo ingente con pespuntes electrónicos, todos ellos presididos por un imaginario lírico en castellano hondo e intransferible, hicieron de Fernando Alfaro uno de los compositores más preciados por la prensa y por un público quizá minoritario, pero muy fiel. Artista de culto por siempre jamás, pocos pueden presumir en este país de un repertorio como el suyo.
Hace poco ha visto la luz Saint-Malo (I*M Records), el tercer álbum del trayecto en solitario (antes acompañado por otra de sus bandas, Los Alienistas) que inició en 2007. Uno de los mejores trabajos de toda su carrera, foco de refulgente radiación pop que desliga su figura de ese lado salvaje de la vida con el que tanto se le ha asociado. Cuando le comentamos que algunos de sus mejores discos (como Tejido de felicidad, de Chucho; Chewaka, 1999) son atribuibles a periodos especialmente jubilosos de su vida, asiente: "Ese mito de la oscuridad y lo tortuoso lo tengo a pesar de discos como el que mencionas y es verdad que este comparte mucho con aquel: no puedes evitar que tus discos te delaten, sobre todo si eres sincero en tu música, y no sabes expresar estas cosas de otra forma", comenta. Y lo cierto es que, pese a que nada va a explicarle mejor que su propia música, Alfaro muestra un discurso al teléfono que, pese a algunos proverbiales titubeos, acaba resultando sólido y muy consecuente: "Lo oscuro y lo triste tienen su catarsis, pero hay otros momentos en que es todo lo contrario. Y la verdad es que hay pop luminoso en mis discos de cualquier época".
Directo, sencillo e inspirado, Saint-Malo también muestra más humor que ninguna de sus obras precedentes, a través de juegos de palabras e incluso una dicción aflamencada en Velero, el tema que lo abre, como queriendo imitar a Antonio Luque (Sr. Chinarro): "Ha venido apareciendo progresivamente en mis canciones estos años, aunque muchas veces se han tomado en serio cosas de ellas que yo me tomaba a chufla, y es verdad que en este disco es más evidente", argumenta. También atribuye esa sencillez a un intento consciente por alejarse de esas metáforas (bíblicas, muchas veces) que apuntalaban sus textos: "Es depuración de estilo, pero también la constatación de que a veces las alegorías no se terminan de entender como uno quiere y es mejor expresarse de forma más clara, aunque yo siempre he huido de lo críptico". Algo de culpa recae también en la producción de Darío Vuelta, quien ha tomado el relevo al Raül Fernández de La vida es extraña y rara (Marxophone, 2011), su último disco. Él subraya que acertó "en aquel momento con Raül", pero ahora quería "simplificar, contar mucho con poco, encontrar la profundidad de cada canción a través del sonido, más que a través de la suma de instrumentos, con formación clásica de rock, y las canciones son menos tortuosas y más simples". No en vano, asume que "abrir la puerta a músicos de cuerda o de metales hubiera sido pertinente, pero nos parecía un subrayado que no iba a jugar a favor del disco".
Tanto Alfaro como su antiguo secuaz Joaquín Pascual (ex Surfin' Bichos, Mercromina y Travolta) se encuentran en solitario con audiencias mucho menores a las que recababan con sus bandas. Sobre todo cuando se reunieron de nuevo -Surfin' Bichos en 2006 y Chucho y Mercromina en los últimos dos años-. Él, con lucidez desarmante, lo imputa a tres factores: "Nuestro país tiene varios hechos diferenciales: por un lado, la gente va a acontecimientos y por eso funcionan mucho mejor las bandas, porque son como marcas que tienen más tirón. Por otro lado, la gente tiende a escuchar la música de cuando era más joven -hasta a mí me pasa-, y de esa forma tratas de rejuvenecer o reavivar sensaciones o emociones -aunque es relativo, porque yo toco canciones de todas mis épocas-, y la dificultad para construir una carrera de largo recorrido en este país tiene mucho que ver con el desprecio por la propia tradición, con el matar al padre demasiado, y además no se suele ver con buenos ojos que pretendas hacer de la música pop tu sustento: hay todavía esa idea en este país de que el pop es como una enfermedad de juventud, y mira cuál es la edad de los músicos del Primavera Sound. No pasa como con el jazz o el blues".
Superviviente -como Nacho Vegas y Antonio Luque- a más de dos décadas a las que trasciende por un pulso creativo ingobernable y genuino, sobrevolando el ocaso de los tótems de la Movida, el indie de los años 90 y el fragmentado y diverso panorama actual, Alfaro asume que es de quienes necesitan "seguir contando historias propias". Y afirma que lo que caracteriza a los grandes, "como Neil Young o David Bowie" -y entre quienes, desde luego, no se incluye- es "su coherencia, que es algo que se tiene o no se tiene: esa capacidad para poder decir algo importante sin apenas pretenderlo, incluso aunque tengan algún bache en su carrera". A él seguramente le sonrojaría, pero la descripción cuadra de forma milimetrada con el perfil de la insustituible carrera que se ha labrado en estos más de 25 años.
Babelia
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