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‘Las impurezas’ (y 6): ‘El amor’

Natxo López, guionista de series como '7 vidas' e 'Hispania' concluye su relato de verano. Hoy, la pareja se enfrenta a los escándalos del Partido

Ilustración de Luis Tinoco.
Ilustración de Luis Tinoco.

La capital era un lugar mucho más grande en el que desde el primer momento se sintieron pequeños. Ella se encargó de buscar casa, colegio, club deportivo, valorando siempre que facilitaran compañías adecuadas. Por las mañanas él acudía puntual a la sede del Partido, donde se le encomendaban tareas triviales en las que su ineptitud no pudiera perjudicar; siempre lejos de los focos y de cualquier toma de decisiones. Sus nuevos compañeros toleraban su presencia como la de una mosca que revolotea por los despachos sin encontrar su lugar en el mundo.

Él se daba cuenta. Al volver a casa descargaba su frustración contra cualquier cosa: la cena, el servicio, los niños que ya se le subían a la chepa. Ella procuraba calmarle.

–Lo estás haciendo bien –decía–, tu única obligación ahora es estar donde estás.

Él se dejaba guiar. Ella le planificaba la agenda haciéndole acudir a continuos eventos sociales. Actos de Partido, encuentros con jóvenes emprendedores, comidas populares y –lo más frecuente– cenas en casa con miembros de la Ejecutiva, en las que Ella ejercía de anfitriona y se las arreglaba para encontrar un momento discreto en el que susurrar al oído de los invitados: "Mi marido te apoya".

Moncho ya no la llamaba para que le despeinara el flequillo ralo en hoteles discretos. Su posición en el partido le permitía ganarse los favores de jóvenes aspirantes más entusiastas. Ella evitaba cualquier gesto de reproche, sonriéndole orgullosa desde la distancia del patio de butacas en los congresos nacionales.

La noche en la que los medios empezaron a hacerse eco de los primeros escándalos estaban los dos solos en casa. Los teléfonos empezaron a sonar. A Él le pilló por sorpresa. Ella siguió cenando.

–¿Cómo puedes estar tan tranquila? La policía puede venir en cualquier momento.

–Eres tan idiota que nunca robaste nada.

–Ya. Pero estaba allí.

El Partido estableció rápidamente un plan de control de daños, pero seguían surgiendo filtraciones, nadie sabía de dónde. Muchas mencionaban la pequeña ciudad de provincias. La información, como un buitre carroñero, planeaba en círculos sobre el Presidente de la Ejecutiva, cercándole, señalándole como máximo responsable de la trama.

Moncho, cazador convertido en presa, fue obligado a dimitir. Había perdido ya casi todo el pelo y los apoyos. Demasiados enemigos. Demasiado empeño en postularse.

Las siguientes horas fueron frenéticas. Era urgente buscar un liderazgo limpio, rápido, ejecutivo. El partido se fraccionó. Cada candidato propuesto suponía un insulto, o un peligro, para la mitad de la ejecutiva. La única solución era buscar un líder de perfil bajo, sin adversarios, que no molestara ni preocupara a nadie. Alguien suficientemente maleable e inane como para poder venderlo como el próximo presidente de la nación.

Cuando Él descolgó el teléfono Ella ya sabía lo que le iban a decir. Se le acercó, observó su boca abierta, su gesto de desconcierto, el miedo en los ojos.

–Te quiero –le dijo por primera vez.

Y Él se dejó hacer.

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