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‘Memoria’ (y 6): ‘El sueño de la razón’

Javier Olivares, guionista de series como 'Isabel' concluye su relato. Hoy, el protagonista se enfrenta al presente y al futuro, pero sin olvidar el pasado

Ilustración de Eduardo Estrada.
Ilustración de Eduardo Estrada.

Al día siguiente, seguí llamando. El primero fue Manuel Navarro Molina. Se alegró de oírme al otro lado del teléfono. No vivía tiempos felices. Había heredado de su padre una inmobiliaria. Ahora no tenía ni para pagar la pensión a su ex y a sus tres hijos. “Pero por lo demás, todo de puta madre”, me dijo. Un superviviente.

Cuando iba a llamar a Alberto Pacios Mantecón, sonó mi teléfono. Era él. Quería hablar conmigo urgentemente: por lo de la orla. Al día siguiente me presenté en su casa. Me abrió la puerta su hermana pequeña, Maite. Su cara demasiado seria empezó a preocuparme. Su consejo, también:

–Procura que no se ponga muy nervioso. Últimamente no lo está pasando bien.

Nada más verme, Alberto se giró hacia mí y empezó a hablarme de la memoria y del olvido. De que todo era un complot.

–Todo el mundo mira hacia otro lado y calla. ¿Cómo es posible que quien tiene siempre la Constitución en la boca no votó a su favor y nadie les diga nada? ¿Por qué es la Constitución intocable, si la cambian en un fin de semana para estar de acuerdo con la troika? ¿Por qué hablan de cumplir la legalidad si son ellos mismos los delincuentes?

Yo le escuchaba atento y aliviado: alguien se había dado cuenta por fin del complot. Como yo. Pacios, tras coger aire, siguió hablando:

–La Constitución de los cojones dice que tenemos derecho a una vivienda digna y desahucian a la gente… Dicen que hay más puestos de trabajo y no dicen que son sueldos de esclavos… No podemos socorrer a Grecia, pero sí a los bancos que nos han robado… Hacen leyes mordaza como cuando Franco y no pasa nada… ¿Y los de la nueva izquierda? No me jodas, si son igual que los trotskistas de cuando iba a la facultad. Pura teoría sin ningún plan concreto. Es todo mentira y todos callan. Yo estaba engañado. Pero me di cuenta de todo en cuanto vi la puta orla.

Pacios también había llamado a los compañeros.

–Están todos alienados. Lo único claro que he sacado es que me he tirado a Isabel, la pelirroja.

Maldita pelirroja folladora. Mi ego empequeñeció tanto que habría cabido en el blíster donde guardo las pastillas de la tensión. Pacios empezó a reír de manera desenfrenada. Su hermana entró y le dio unos calmantes. Después, me pidió que me fuera. Camino de la puerta, en la pantalla de televisión, Rajoy decía que “España era una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles”. Temblé. Él era el típico hombre normal y sensato al que habían votado millones de ciudadanos. Alberto Pacios, un verso suelto. Un loco. Cualquier psiquiatra lo habría certificado.

No sabía qué hacer: si tirarme desde la azotea o irme a dormir. Elegí esto último. Siempre fui un cobarde.

Al llegar a casa, miré la orla en el ordenador. La arrastré hasta la papelera. Luego, me tomé unas pastillas para dormir y me metí en la cama. Nada más cerrar los ojos, volví a ver a mis amigos de la infancia. Cazamos unas abejas y nos fuimos a pasear con ellas.

Para sobrevivir hay que recordar algunas cosas. Pero no todas.

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