El buen aroma de Salvador Vega
El torero cortó una solitaria oreja ante los toros bien presentados y mansos de Martín Lorca
A los doce años de alternativa va Salvador Vega y se presenta en su plaza como un torero de futuro, henchido de ilusión, preñado de sentimiento artístico y con la ganas de un novel. Otra vez el insondable misterio de los toreros…
M. Lorca/Vega, Galán, Rey
Toros de Martín Lorca, muy bien presentados, mansos, muy descastados y sin clase.
Salvador Vega: estocada _aviso_ (vuelta); estocada _aviso_ (oreja).
David Galán: estocada baja y un descabello (vuelta); estocada tendida (ovación).
Fernando Rey: pinchazo, media tendida, estocada y dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada que hace guardia y un descabello (silencio).
Plaza de La Malagueta. 17 de agosto. Primera corrida de feria. Algo menos de media entrada.
Cuando hace tiempo que muchos lo habían dado por perdido por su manifiesta desgana, su supuesta actitud indolente, las oportunidades perdidas y temporadas baldías, va Salvador Vega y coge el capote, se transfigura, y dibuja verónicas de esas que ya casi no se ven, meciendo los brazos, hundido el mentón, al ralentí, embarcada la embestida del toro, y así, con la parsimonia propia del toreo grande, hasta cuatro capotazos, que cierra con una, dos y tres medias de categoría, trazos preciosistas que brotan de un corazón torero y artista. Así lo intentó al recibir a su primero y lo cinceló más tarde ante el cuarto, un toro que acudió con franquía y permitió al malagueño dar todo lo que lleva dentro.
Y no quedó ahí la cosa; puesto a dar, Vega aprovechó la nobleza de ese segundo oponente para trazar muletazos muy garbosos, mejores al natural, en el curso de una faena que no fue redonda ni completa, pero sí estuvo salpicada de secuencias brillantes, de esas que placen a la vista y gustan al corazón de quienes esperan que ocurra algo bello en una plaza de toros.
Y se le agradeció el gesto artístico a este torero maduro, pero siempre joven para el destello, en el curso de una tarde plúmbea, lenta y sosa a causa, especialmente, de la falta de casta de una muy bien presentada corrida de Martín Lorca, mansa de libro, parada y mirona, desclasada e inservible para el triunfo.
Vega fue el primero que lo padeció en sus carnes cuando el que abrió plaza se apagó como una vela, y los iniciales y esperanzadores compases no fueron más que un espejismo; las buenas maneras del torero se perdieron entre la abundante sosería de un animal rajado.
El mismo sufrimiento padeció su compañero Galán ante el segundo, descastado y deslucido, con el que no pudo más que atisbar su sentido bullanguero y tremendista del toreo; lo volvió a intentar ante el quinto, del mismo tenor. Desconfiado y despegado se mostró el torero, por lo que sus mejores deseos no llegaron a florecer.
Como el tercero de la tarde era de la misma condición que sus hermanos, Fernando Rey se vio obligado a darse un arrimón y circulares varios, que, extrañamente, encantan al público. Un moribundo era el animal, y Rey solo pudo justificarse. Ante el sexto, otro toro mudo de bravura y casta, sin ánimo para embestir y con cara de amuermado, volvió a intentarlo sin éxito. Quedó patente, no obstante, su buena intención.
Al final, quedó el aroma del buen toreo de Salvador Vega y dos hombres de plata: el picador Pedro Iturralde, magistral ante el tercero, y el banderillero Javier Ambel, superior con el capote y los garapullos.
Babelia
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