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Encadenados: el relato completo

una extraña afinidad

El pasado lunes, el escritor Celso Castro inició su relato en el pais.com con la petición de que se escribiese en minúsculas. En días sucesivos cinco lectores (Ignacio Muñoz-Delgado, Ramón Muñoz, Fernando Germán Benítez, José Antonio Suárez y Eduardo Cruz) lo completaron

Ilustración de Nicolás Aznárez.
Ilustración de Nicolás Aznárez.

mi madre soñaba con casarnos, pero yo no estaba muy convencido. había algo en carla que no acababa de gustarme, o a lo mejor era algo en mí, o algo en los dos, no lo sé. estudiaba bellas artes y tenía el pelo de color naranja, y las manos siempre manchadas de pintura, aunque se las lavó cuando la llevé a casa. me imaginaba la incomodidad de mi madre, y las miraditas a su cabello mientras observaba sus modales. decía que se podía saber todo de una persona con solo verla mordisquear una pasta de té, o una simple aceituna...

carla pasó aquella prueba con sobresaliente. mientras preparaban el aperitivo improvisó un precioso retrato a mano alzada de mi madre que quedó completamente encantada. no hubo ya minucioso e inquisidor análisis de modales. carla siempre ha sido muy lista. desde aquel instante siempre ha existido una extraña y misteriosa conexión entre ellas. no voy a decir que lo desapruebe, pero desde luego me preocupa. especialmente desde que mi madre acudió por primera vez a una exposición de carla.

cava en copas de plástico y canapés con aspecto de haber llorado; eso no fue lo que emocionó a mi madre. al entrar en la galería lo primero que se veía era el retrato que le hizo en casa. los ojos le brillaron al verlo. luego, con el espumoso y los elogios de los asistentes que la reconocían, mi madre empezó a ser ingrávida, flotaba. yo disfrutaba viéndola. una semana después me preocupó al ver que se había teñido de naranja.

iban con varios amigos, todos ellos con el pelo color naranja y las manos manchadas de pintura

se siguieron viendo cada vez con más asiduidad. recuerdo la tarde que fui a recogerlas a la salida del cine. iban con varios amigos, todos ellos con el pelo color naranja y las manos manchadas de pintura. yo empecé a tomarle aversión al color naranja. fue algo paulatino e inconsciente. hasta entonces no me había fijado, pero comencé a darme cuenta de que cuando hacíamos el amor quedaba un rastro color naranja en las sábanas. yo, sin embargo, siempre tendí al azul...

ambos dejábamos parte de nosotros en esos encuentros, de nuestra esencia, unas esencias que eran como polos opuestos. ahora lo veía, no lo podía negar. comencé a alejarme, la relación me intoxicaba, me debilitaba. mientras tanto mi madre aceleró hacia el proceso inverso, cada día estaba más cerca de ella, y más lejos de mí. fría y distante, cuanto más se parecía a carla más se alejaba de mí. o era yo quien la alejaba, porque cada vez más me recordaba a carla. aquella noche apenas las distinguí...

mi intención era terminar definitivamente mi relación con carla. le dije que éramos muy diferentes, que me costaba mucho seguir estando a su lado sin forzar la sonrisa. “no te quiero como antes porque ya ni siquiera comparto tus gustos y todo el amor que me has dado se difumina en el recuerdo”. le dije que quería empezar otra vida, conocer gente, volverme a enamorar... y no supe qué decir cuando mi madre me contestó: “lo entiendo, hijo, vete, cierra cuando salgas, yo he quedado con carla”.

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