Keith Jarrett, a los 70
El pianista y compositor, uno de los más influyentes del jazz, es más que un músico: es un auténtico fenómeno social
Es el más imitado, vilipendiado, adorado, y repudiado entre los músicos de jazz en activo. Sobre Keith Jarrett circulan las leyendas más descabelladas, de cuando viajaba por el mundo acompañado por una descomunal “caja de silencio” que obligaba a instalar junto al catre en la habitación del hotel, a su frenético maratón por las calles de París persiguiendo al incauto que había pretendido hacerle una fotografía en un concierto suyo. ¿Qué hay de cierto en cuanto se dice acerca del pianista y compositor nacido en Allentown, Pensilvania, hace 70 años? Difícil saberlo.
En 2011, este periódico fue agraciado con una de las raras entrevistas concedidas por el susodicho a un medio de comunicación. El arriba firmante tuvo ante sí a quien parecía empeñado en ofrecer una imagen cercana y vulnerable muy distinta a la que se tiene de él: “Hay muchos sentidos en los que no he sido un cobarde”, confesaba el músico, “y no me da miedo decir que algo mío es bueno; y tampoco he sido un cobarde en mi vida amorosa".
El misterio que envuelve al pianista a través de sus sucesivas metamorfosis se extiende a su obra larga y prolija, entre la que no faltan las piezas de difícil catalogación. Keith Jarrett ha atravesado varias veces la barrera del género para instituirse en un artista transfronterizo, ejemplo de lo cual es su obra más celebrada: The Köln Concert, uno de los álbumes de jazz más vendidos de la historia, con más de tres millones y medio de ejemplares despachados. El pasado 24 de enero se cumplieron los 40 años de su grabación: “¿Es jazz o no es jazz?... ese no es el tipo de cuestiones que uno se plantea cuando se sienta delante de un piano y no tiene la más remota idea de lo que va a tocar”.
Sorprende saber que mucho de cuanto rodea a la grabación fue, en buena medida, producto de la casualidad: “Viajábamos de regreso por carretera y Manfred (Eicher, director de ECM Records) puso la grabación que había hecho del concierto. Al principio no le presté atención. Ni el piano era el que nos habían prometido, ni sentía que hubiera tocado nada extraordinario. Sin embargo, empecé a escuchar aquello, y había algo…".
Más que un disco: un auténtico fenómeno social. El autor y único protagonista del concierto reconoce estar en deuda con sus seguidoras: “Nunca he entendido por qué el Concierto de Colonia ejerce esa atracción entre las mujeres, mucho más que entre los hombres, pero es así”. Para Jesús Gonzalo, de la revista Cuadernos de Jazz, “el “Concierto de Colonia tiene una actitud definitivamente pop. Contiene el espíritu del blues, la memoria de los estándares y de la tradición de la música clásica, se construye sobre la improvisación absoluta y se organiza al mismo tiempo como si de una pieza escrita se tratara”.
Sea por el expreso deseo del autor o por decisión de su compañía discográfica, lo cierto es que el aniversario de la grabación que cambió el curso de la historia del jazz no ha sido acompañada por la correspondiente edición mejorada del mismo que muchos reclamaban. En su lugar, el pianista ha optado por seleccionar nueve extractos de sus conciertos a piano solo del pasado año en Tokio, Toronto, Roma y París y reunirlos en un disco a modo de celebración de sus 70 primaveras sobre el planeta.
Creation representa un importante cambio de estrategia en quien considera el “piano solo” como un work in progress donde importa menos el destino que el camino que conduce hacia aquel; el oyente, se no decía, debe sumergirse en la escucha, ponerse en el lugar del intérprete, dejarse llevar: “Tocar en solo es algo absorbente. Creo que se puede hablar de una experiencia espiritual y emocional, pero el asunto en su conjunto es mucho más misterioso de lo que la gente piensa”.
Alejado del espíritu exultante que alentó pasadas experiencias en solo (Colonia, Rio de Janeiro), Creation rezuma un lirismo sosegado no exento de un cierto dramatismo. El septuagenario pianista ha vaciado su equipaje para concurrir en lo esencial. La economía de medios de su mensaje se corresponde con la sobriedad espartana de la edición: páginas en negro, ausencia de liner notes, ni rastro de aplausos al final de cada interpretación. Sabemos que el disco ha sido grabado en vivo porque así se nos indica.
Reacio a los aplausos y a la “tecnología que nos convierte en esclavos autómatas“, el virtuoso pianista regresa a sus orígenes clásicos en Barber/Bartók/Jarrett, segunda de las ediciones conmemorativas de su 70 aniversario, en el que interpreta a los mentados Samuel Barber –Piano concerto op. 38– y Béla Bartók –Piano concerto no. 3–, acompañado por la Rundfunk Sinfonieorchester Saarbrüchen, y la New Japan Philharmonic Orchestra, respectivamente. Y, como postre, un extracto de su concierto a piano solo en el Kan´i Hoken Hall de Tokio, de enero de 1985, que, advierte el interesado, “no tiene nada que ver con Bartók. Simplemente, me pareció bonito”.
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