Estilos tardíos
Riccardo Muti fascina en Oviedo con el último Verdi escénico
Es bien sabido que la obra de un gran artista suele adquirir un lenguaje nuevo cuando se acerca el final. Es lo que suele llamarse estilo tardío. El artista se distancia de todo lo anterior y emprende un nuevo rumbo donde se reconcilia con el pasado a la vez que se transforma. Esto lo podemos aplicar a Giuseppe Verdi y a su Falstaff, su última ópera escrita en colaboración con el libretista Arrigo Boito entre 1890 y 1892 siendo casi un octogenario. Un aparente regreso al género cómico más de cincuenta años después del fiasco que sufrió con su segunda ópera Un giorno di regno. Sin embargo, esta commedia musicale esconde en su aparente ligereza mucha tristeza y amargura. El fruto maduro puede volverse rugoso y áspero.
Ningún director ha revelado con la claridad de Riccardo Muti esa metáfora de la tragedia existencial en clave cómica que es 'Falstaff'
Ningún director de orquesta ha revelado con la claridad de Riccardo Muti (Nápoles, 1941) esa especie de metáfora de la tragedia existencial en clave cómica que es esta absoluta obra maestra de Verdi. Y es que lo escuchado en el Teatro Campoamor fue uno de los eventos operísticos del año en España: el mayor verdiano vivo dirigiendo su ópera favorita del compositor italiano. Muti regresaba a Oviedo, tras recoger en 2011 el Príncipe de Asturias de las Artes, para dirigir una juvenil producción de Falstaff estrenada el pasado 23 de julio en el Festival de Ravenna. Su concepto de la obra ha evolucionado profundamente desde su inolvidable primera producción en La Scala en 1993, que conmemoraba el centenario de su estreno, con la dirección escénica de Giorgio Strehler que fue repuesta póstumamente en el Teatro Real en 2002.
El Falstaff de Muti se ha vuelto con el tiempo más lento, preciosista y camerístico, pero también muchísimo más dramático y mordaz. Algunos de esos aspectos ya se prefiguraron en la producción que dirigió en 2001 en el pequeño teatro de Busseto. Muti, ahora ya en su propio estilo tardío, dejó ayer momentos absolutamente reveladores en su actuación en el Campoamor como el arioso “È sogno? O realtà?” que trabó con verdaderos ecos del Otello verdiano. El monólogo de Falstaff que abre el tercer acto trufado con un fragmentario acompañamiento casi de bisturí. Y la fuga final Tutto nel mondo è burla, a la que concedió una trascendencia dramática desconocida.
FALSTAFF
Libreto: Arrigo Boito.
Música: Giuseppe Verdi.
Con Kiril Manolov, Federico Longhi, Matthias Stier, Eleonora Buratto, Damiana Mizzi, Isabel De Paoli y Anna Malavasi.
Coro del Teatro municipal de Piacenza, Orchestra Giovanile Luigi Cherubini.
Dirección musical: Riccardo Muti.
Dirección escénica: Cristina Mazzavillani Muti.
Oviedo, Teatro Campoamor. 31 de julio y 1 de agosto.
Poco importó que los cantantes y la dirección escénica no estuvieran a la misma altura de lo escuchado desde el foso con una Orchestra Giovanile Luigi Cherubini en estado de gracia. Las voces del coro y los solistas destacaron principalmente por su excepcional disciplina y adecuación a las indicaciones de Muti. La precisión, claridad y registros del barítono búlgaro Kiril Manolov no le permitieron componer un Falstaff importante. Tampoco el Ford de Federico Longhi resultó creíble, al igual que la excesivamente caricaturesca Mrs. Quickly de Isabel De Paoli, las sobreactuadas Alice de Eleonora Buratto y Meg de Anna Malavasi o la fría pareja de enamorados, Fenton y Nanetta, de Matthias Stier y Damiana Mizzi. En todo caso, la puesta en escena de Cristina Mazzavillani fue claramente lo más insustancial de esta producción. Se limitó a la proyección de varias fotografías de lugares emblemáticos de la vida del compositor (su casa natal de Le Roncole, el teatro de Busseto o la villa de Sant’Agata) con una exagerada iluminación, aunque intentó emular algunos detalles de la inolvidable régie de Strehler en el tercer acto.
Babelia
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