Canciones para aprender a gestionar la pérdida
Con sus discos y su libro ‘Cosas que los nietos deberían saber’, Mark E. Oliver, líder de Eels, se ha hecho especialista en retratar la melancolía sentimental
La música popular involuciona hacia el eros como estímulo primordial en su reflejo de la existencia, relegando el sustrato amargo de esta a la melancolía sentimental, ignorando lo luctuoso y su efecto en nuestro tejido emocional. En ese aterido rincón de la tristeza nuclear parece haber hallado su lugar el líder de Eels, Mark E. Oliver (Virginia, 1963), alías E. La tragedia familiar que le dejó totalmente huérfano la describe en un libro, Cosas que los nietos deberían saber (2008), e impregna gran parte del cancionero del grupo. El problema radica en que su automortificada identidad suena ya en exceso homogénea.
En los primeros tramos de su último concierto en Londres, que preserva el lanzamiento audiovisual Royal Albert Hall, el protagonista avisó a un público variado, en edad y condición, de que cada nuevo tema iba a ser un muermo, una fatalidad. Lamentó luego que no le permitían tocar el órgano de tubos que corona el interior de la egregia sala de conciertos victoriana. Pero, cruzado el ecuador de la desdicha con It’s a motherfucker, síntesis de la revelación de que ya nunca seremos los mismos tras una muerte próxima, el repertorio remonta casi optimista y el quinteto se prodiga en arpegios de guitarra, pianos melancólicos y titilantes percusiones.
“La música fue una ayuda, tenía algo en lo que concentrarme”
‘’Fue algo consciente’’, explica E. en conversación telefónica. ‘’En los ensayos se hizo evidente que había mucho material deprimente. Lo estudiamos y llegamos a esa estructura que empieza grave y lentamente asciende hacia un lugar más feliz. Planteo los conciertos como algo único, que no tiene mucha relación con el álbum que presentas. Cada noche es distinta, nunca sabes qué va a ocurrir. Fueron veladas muy especiales, el público conectaba con las canciones y, aunque estas habitan lugares tristes, de algún modo salían del espectáculo animados, positivos ante la vida’’.
Además de histórico edificio, el Albert Hall es ‘’un lugar en el que han actuado todos aquellos a quien admiras’’. Cierto, ahí tocaron Beatles y Rolling Stones; ‘’¡la misma noche!’’, comenta ante la platea. Se dirige entonces hacia el lugar donde supuestamente se plantó John Lennon, se arrodilla y besa el suelo. Pero, incapaz de mantener la pose mitómana, se relame y anuncia que el sabor en sus labios recuerda más a Keith Richards. Más tarde, al entregarle su barbudo ayudante una guitarra, le apoda Charles Manson. Hace falta una especial retranca para declinar el final de la utopía de los 60 en tan solo tres nombres propios.
De respuestas breves, E. reconoce que su seco sentido del humor es rasgo genético. ‘’Esa es la clase de familia que éramos’’, remacha. Su fallecido padre, Hugh Everett III, fue el físico que propuso la teoría de los universos paralelos; es consciente de ese linaje, aunque concluya que ‘’por el momento todo acaba en mi’’. Y, justo cuando su carrera musical arrancaba, a mediados de los noventa, con el éxito Novocaine for the soul y una audiencia potencial de jóvenes anhelantes de aliviar su zozobra en agridulces tonadas, su hermana esquizofrénica se suicidaba y la madre de ambos sucumbía a un cáncer.
‘’Fue una suerte tener algo que me mantuviese ocupado en aquellos años terribles’’, confiesa. ‘’No sé cuánto ayuda el trabajo en estas situaciones, tampoco qué hubiese sido de mí sin éste. Las canciones fueron una ayuda, tenía algo en lo que concentrarme, pero no arreglan nada por sí mismas, sólo hacen el proceso más llevadero. Creo que todo lo que vaya a cambiarte y hacerte una mejor persona resulta doloroso, lo vas aprendiendo con los años. Al estar pasando un mal momento ves el vaso medio vacío, pero debes tener fe. Es difícil cuando estás emocionalmente hundido vislumbrar que el principio del camino va a llevarte a un lugar mejor, al que no hubieses llegado sin tus dificultades’’.
En España serían las citadas memorias Cosas que los nietos deberían saber lo que ayudaría a cuajar una audiencia fiel, pero no hay planes para nuevas aventuras literarias: ‘’Mi objetivo era que, tras esas páginas repletas de sucesos dramáticos, todo aquello acabase y mi vida a partir de ese momento fuese tranquila, sin nada que pudiese dar como fruto otro libro interesante. Pero han pasado diez años y lo que yo deseaba no ha sucedido, siguen pasándome cosas, así que podría escribir otro’’.
Ante tanta penuria asumida, y algo reiterativa, regocija que finalmente el concierto encare títulos como I like where this is going, con destellos de esperanza entre sombría autoconmiseración. Canta E. en inesperada claridad: ‘’No me importa el pasado / Nada en él fue hecho para durar / No se trata de a quien conociste / Sino de a quien conoces’’. En este sentido, las versiones incluidas —la canción Disney When you wish upon a star, el éxito de Elvis Presley Can’t help falling in love y Turn on your radio de Harry Nilsson— parecen aspirar a una elusiva serenidad.
La sorpresa llega tras el último bis. El cantante reaparece, vistiendo capa fantasmagórica y lanzando monstruosas risotadas, para —esta vez sí— pulsar el órgano. ‘’Fue asombroso’’, recuerda. ‘’Da miedo. Estás ahí arriba, en un balcón, una ínfima persona tocando ese enorme órgano. El edificio entero tiembla, el público enloquece. Sientes el retumbo en tu cuerpo’’.
Otra escenificada catarsis para este músico que, al gestionar sus pérdidas, encontró un público ansioso por compartir esas lecciones ante las que la música pop aparta su mirada. Y no siempre debería hacerlo.
Babelia
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