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FICCIÓN EN CADENA

‘El share y la separata’ (3): ‘¡Cinco y acción!’

Eduardo Ladrón de Guevara, guionista de 'Cuéntame cómo pasó', continúa su relato. Hoy, el protagonista tiene un enfrentamiento con una actriz

Ilustración de Raúl Allén y Patricia Martín.
Ilustración de Raúl Allén y Patricia Martín.

Desde muy temprano, sentado en mi despacho, miro hacia la pantalla del televisor en circuito cerrado y los veo con el guion en la mano, unas hojas llenas de anotaciones y subrayados. Me enternece observarlos así, casi desvalidos, memorizando la última palabra, la frase difícil de decir, o escuchando la recomendación del director, que sueña con hacer una película de culto, pero que hasta el día de hoy solo puede presumir de haber dirigido un largometraje del que prefiere no hablar no sea que se caguen en su padre.

Son las diez de la mañana, y sentado a mi mesa me llevo la taza de café a los labios, un café que tiene el sabor a excremento seco de grulla. No escupo el brebaje porque cuando voy a hacerlo me doy cuenta de que una becaria, a través de la ventana, no me quita ojo de encima. Me trago, pues, la ponzoña y enciendo el televisor que conecta con el set. Lo primero que hago cada mañana, antes de ponerme a escribir, es enterarme de lo que se cuece abajo. La pantalla cobra vida y ahí está el maremágnum de focos encendidos, de voces, de órdenes, de actrices ojerosas y con bigudíes prendidos en el cabello, de figurantes a los que, tan temprano, ya les duelen los pies. Y un par de segundos más tarde hace su entrada en el set el actor estrella, que llega con el ceño fruncido porque ya está al tanto de la audiencia que hicimos ayer, y aún no ha decidido quién va a pagar el pato del desastre. El único que lo sabe soy yo: el gilipollas del guionista.

Llega, saluda a unos pocos, y se sienta, lo que aprovecha la peluquera para fijarle el bisoñé que tiene una esquinita despegada, y que le ha costado al productor cuatro mil euros.

-¡Joder! -farfulla este para sí mismo entre triste e indignado, porque hace números y cae en la cuenta de que, ya, se ha pasado un veinte por ciento del presupuesto inicial.

Me llevo de nuevo la taza a los labios y bebo lo que queda, como un pavo. Ya está, tragado. Mi boca se llena de un sabor nauseabundo, pero domino la arcada que me sobreviene mientras observo con atención lo que se cuece abajo donde están todos congregados a la espera de oír la orden de ¡Cinco y acción! A mí, ese momento me recuerda al de los caballos purasangres cuando se disponen a ser encajonados antes de comenzar correr. Se les ve a punto de estallar de tensión. Las diez y media de la mañana.

Con lo que más disfruto es con estos momentos previos cuando, sin que ellos lo sepan, en mi cubículo, soy testigo de lo que se cuece abajo. Me fascina ver al equipo preparase para rodar, ignorantes de que soy un voyeur que sabe al dedillo de su pánico escénico o del esfuerzo que hacen para no transmitir dudas. Y, de pronto, oigo y veo a una actriz muy joven, que se pone a agitar el guion exclamando, con los ojos abiertos como si hubiera visto una rata muerta: -¡Joder, yo esta mierda de texto no lo digo! –Y lanza el libreto lejos, estrellándolo contra un aparador del decorado.

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