Chancletas para la mente
El mundo puede dividirse de muchas maneras: los platónicos y los aristotélicos, los creyentes y los ateos, los sádicos y los masoquistas, pero también entre los que usan chancletas y los que no. Ningún adulto ignora que hay pocas enfermedades tan contagiosas como las cutáneas.
Quien no usa chancletas en una piscina o en un sauna sabe que se está arriesgando a adquirir un ojo de pescado, un herpes, un hongo de esos que se instalan en las uñas, tan difíciles de erradicar como un mal amor. Sin embargo, más allá de las consideraciones prácticas, el uso de chancletas entraña toda una filosofía de vida.
Pensemos, por ejemplo, en Sinead O' Connor, que al andar descalza se presenta como alguien sin prejuicios, sin convencionalismos o ataduras, y despierta —al menos en algunos— confianza y fraternidad. Los Beatles iban a menudo descalzos, al igual que Gandhi.
Los que sí usan chancletas pueden categorizarse de distintas maneras. Desde los simples precavidos hasta los obsesionados con la higiene que, confieso, me despiertan un morbo indescriptible. Conozco personas que no son capaces de tocar con el dedo la palanca del retrete, el botón del ascensor, ni siquiera el jabón en casa de sus amigos, por miedo a contaminarse.
Meticulosos y responsables, no hablan ni hacen nada sin calcular las consecuencias de sus actos o, como decimos en México, “no dan paso sin huarache”. Los que usan chancletas tienen una imagen de mayor responsabilidad, quizás, pero también de rigidez e individualismo.
Más allá de si las lleva o no, la gente es sin chancletas o con ellas. Merkel por supuesto es con chancletas y Tsipras sin. Esto se aplica también a los escritores: Bukowski es sin chancletas al igual que Cortázar, y a diferencia de Borges u Octavio Paz.
Michael Jackson vivía dentro de una chancleta. También están los que como Obama o Hillary Clinton se comportan como si fueran sin, pero en realidad son con. Peña Nieto no sabemos a qué bando pertenece porque al parecer no tiene ni idea de dónde está su cabeza y dónde sus pies.
Podríamos seguir así hasta el infinito pero hace calor y voy a meterme a la piscina. No hay chancletas junto a mi chaise longue, pero admito que llevo toda la mañana preguntándome si no vendría siendo hora de sacarlas del armario.
El mundo también puede dividirse entre los que, como yo, dudan de todo y los que no.
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