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Crónica
Texto informativo con interpretación

Lenny Kravitz, el Rey del mimetismo

Los 10.000 fieles que acudieron al concierto del músico recibieron su ración de adrenalina

Concierto de Lenny Kravitz en Madrid.
Concierto de Lenny Kravitz en Madrid.Claudio Alvarez

Hubo un tiempo, a la altura de sus atractivos tres primeros discos (1989-1993), en que seguirle la pista a Lenny Kravitz era indicio de pedigrí melómano. Hablamos de principios de los noventa, cuando el vinilo olía a antigualla, el sonido Madchester cotizaba al alza y las guitarras poderosas provenían del grunge. Desde entonces hemos podido contabilizar docenas de émulos de Prince o Led Zeppelin, pero muy pocos igualan al neoyorquino en la excelencia de sus pleitesías. Es decir: nadie debería acudir a un concierto de Kravitz para sorprenderse, pero los 10.000 fieles que se dejaron caer por el Barclaycard Center se encontraron exactamente con la vitamínica ración de adrenalina y decibelios que anhelaban.

El pabellón era un silbido cuando las gafas oscuras de Kravitz se intuyeron en la penumbra y rompió a sonar Frankenstein. Y el certificado de que el autor de Fly Away no aspira tanto a llenar estadios como a suscitar copiosas sudoraciones: el despliegue de coristas con peinados afro, la contundente sección de metales, los desarrollos extensos (solo 11 temas) sugieren un regreso al espíritu de, imaginemos, Sly & The Family Stone.

Ayuda a ello el porte sexy y autocomplaciente del protagonista, un Hendrix que ha tenido la suerte de alcanzar la cincuentena y sabe cómo contonearse, seducir y disparar esos riffs fulminantes (Always on the Run, la célebre versión de American Woman) cuando no está demasiado ocupado en saludar a la parroquia. Podemos ser sardónicos con él, cierto, pero también procede rendirse a la abrumadora excelencia de It Ain't Over Till It's Over, con su falsete y ese aroma a clasicazo de Curtis Mayfield. Admitamos que Lenny es el rey del mimetismo, un adulador de artistas acreditados (Believe es puro Beatles) a los que nunca podrá ensombrecer. Y asumamos que 11 músicos encrespados y palpitantes que se desgañitan en escena constituyen un espectáculo inusual.

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