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FICCIÓN EN CADENA

‘El verano de los camaleones’ (2): ‘Mimetismo’

Mónica Martín-Grande, guionista de series como ‘Compañeros’, continúa su relato. Hoy, Antonio y su familia hacen su habitual parada en la tienda de Fermín

David de las Heras.

La tienda de Fermín estaba en la plaza del pueblo. No tenía ningún cartel que identificara el establecimiento, tan solo una silla de playa en la puerta donde el dueño del negocio, que ni siquiera se llamaba Fermín y que había heredado el nombre a la vez que el local, pasaba las tardes mientras los clientes entraban en su tienda, cogían lo necesario y le pagaban en mano al salir.

Antonio apartó la cortina de tiras de plástico desteñidas y sintió su tacto baboso y caliente. Esta vez su padre sí se fijó en su gesto de desagrado: - Eres como tu madre.- Otra vez la misma frase, siempre la misma frase.

Sus ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad del interior antes de que el Señor Fermín que no se llamaba Fermín saludara a los recién llegados.

- Otro año más, ¿no?

- Vamos a darle una vuelta a la casa.

- Esto está bien.

Esas tres frases se repetían cada principio del verano. Después, cada visita a la tienda solo se despachaba con un hola y adiós.

Antonio fue hacia la nevera de los helados y le vio allí sentado. No sabía su nombre pero le llamaban Metralla. Era un año mayor que él, quizá dos, o quizá ninguno, pero le sacaba una cabeza. Metralla le miró y le sonrió, pero había desdén en su mirada y burla en su boca. Antonio se quedó parado sin llegar a coger el helado, pero su madre, que había entrado a la tienda detrás de ellos, se adelantó y metió la mano en la cámara. –Qué mayor estás. Un año vamos a llegar y no te vamos a conocer- Metralla, ahora sí, sonrió a su madre y volvió la infantilidad a su cara.

- Esta noche vamos al río a poner reteles para los cangrejos, ¿te quieres venir?

Antonio miró a su madre, el señor que no se llamaba Fermín miró a su hijo y en la radio sonó la señal horaria que anunciaba la media tarde.

- Mejor otro día.- Dijo el camaleón, desplegando su instinto de protección.

- ¡Que vaya con los chicos, coño! A ver si así se sacude la tontería.- Ese era su padre-. Su madre le consiente demasiado, pasa el día metido en su habitación con esos dichosos libros de animales, a su edad yo vivía en la calle, que es donde se aprende…

Antonio sabía que ahora venía una retahíla de frases que contribuían a hacerle más pequeñito, y a convertirle en una presa más apetecible para cualquier depredador.

Llegaron a la casa de las afueras del pueblo acompañados por los cantos de las chicharras y su padre, antes de descargar el coche, bajó al sótano. Abrió el arcón, que permanecía encendido todo el año, y sacó un paquete que le tendió al chico.

- Hígado de vaca. Déjalo al aire, que lo pudra el calor. Cuanto más huela, más cangrejos atraparás.

Cogió las vísceras y el helado de fresa subió por su garganta, ahora caliente y en estado líquido, y salió disparado de su boca, salpicando el zapato de su padre.

- Joder, eres como tu madre.

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