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FICCIÓN EN CADENA

‘Wounda’: ‘Círculo 4’

Manuel Ríos San Martín, guionista y director de series como ‘Médico de familia’, continúa su relato sobre un asesinato en un zoológico y se centra en la relación entre una gorila, su cría y el jefe de la zona de los grandes simios del parque

Ilustración de Miguel Sánchez Lindo.
Ilustración de Miguel Sánchez Lindo.

Kenny Millet recorre con prisa el camino que le separa de La Isla de los Gorilas. Antes de llegar, su ayudante ya ha salido a su encuentro para informarle.

—Nada, sigue sin dar de comer a la cría y ya han pasado cuarenta y ocho horas.

Kenny se detiene preocupado. Desde su posición ya alcanza a ver a Wounda y a Nim. No lo tiene cogido en brazos, pero tampoco deja que nadie se acerque demasiado.

—Por la noche, mientras la madre dormía —continúa el ayudante—, le hemos podido alimentar con el biberón, pero esta mañana no nos ha dejado ni acercarnos. Hubo un momento en que creíamos que lo iba a matar. Y ya no lo ha soltado. No para darle de comer de nuevo sino marcando territorio.

Kenny asiente e inicia de nuevo el camino hacia la cristalera. Wounda le observa sin mover un músculo. Ambos se miran. Se conocen hace dieciocho años. Desde que la gorila nació en cautividad en este mismo zoológico. Eran tiempos mejores. El jefe de la zona de los grandes simios llega a la altura de la gorila, que se aleja unos pasos y se queda de espaldas. Kenny hace una señal para que le abran la puerta y entrar en la jaula. El ayudante no está muy convencido pero su jefe se lo ordena con gesto firme. Le abre y cuando ya ha entrado se prepara con la manguera de chorro por si fuera necesario intervenir.

Wounda…, soy yo —dice con suavidad Kenny—. Vamos, Wounda, tienes que alimentar a Nim. Por favor.

La mona está escuchando perfectamente lo que le dicen pero se gira todavía más. La cría está débil y asustada. Al escuchar la voz del cuidador intenta ir hacia él. Wounda la coge con rapidez de una pata y se la coloca en el hombro sin dejar que se mueva pero sin presionarla demasiado. Nim se queda de frente al cuidador y le mira con miedo. Con miedo de su propia madre.

—Vamos, Wounda, todo está bien. Tienes que darle de comer… Mírame. —Ante la negativa de la gorila, da un golpecito especial en el suelo, es un código de entrenamiento. La mona, ahora sí, se gira hacia él. Kenny continúa hablando mientras acompaña sus palabras con un lenguaje de signos que Wounda entiende—. Todo está bien. Nim tiene hambre. Necesita comer. —Sus manos se mueven explicando lo que dice. Wounda las mira y niega con la cabeza—. Tu hijo está enfermo. —Hace el gesto de enfermo y lo repite varias veces. Eso parece conectar con alguna parte del cerebro de la gorila, que mira por primera vez a su cría con interés. La sostiene en el aire y la separa unos centímetros de ella. El monito patalea con miedo y eso desconcierta a su madre. Es como si hubiese recobrado su instinto natural. Mira un momento a Kenny, que le sonríe con ternura y vuelve a mirar a su hijo. Le acaricia la cabeza y se lo pone en el pecho. Nim mama con fruición, no solo es una manera de calmar el hambre que tiene, sino también de liberar la tensión acumulada en estos días, desde que el «espalda plateada» mató a su hermanito. Se olvida de todo mientras chupa el pecho de su madre.

Kenny respira más tranquilo. Va a salir de la zona de los simios cuando ve al inspector de policía, Jellineck, apoyado en la valla. Su presencia le intranquiliza.

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