El vicio y la virtud según Huppert
La actriz protagoniza un accidentado recital a partir de textos de Sade en Aviñón
Isabelle Huppert se hizo desear durante unos minutos antes de aparecer el pasado viernes sobre el gran escenario del Palacio de los Papas, sede oficiosa del Festival de Aviñón desde su fundación en 1947, con un vestido rojo firmado por Dior y el texto que iba a guiar la velada firmemente agarrado en la mano. Durante hora y media, el viento huracanado que soplaba en el lugar forzó a la actriz a luchar contra los elementos para llevar a buen puerto su espectáculo. "Cuando no es ventosa, es venenosa", solía decir Petrarca sobre la ciudad provenzal. Pero cuando sí lo es, como comprobó Huppert, puede resultar igual de mortífera.
La actriz propuso un recital a partir de extractos de la obra de Sade, seleccionados por el filósofo Raphaël Enthoven, que daban cuenta de las vidas de dos de sus personajes más célebres: Juliette y Justine, dos mujeres diametralmente opuestas que aparecen en las novelas morales (o amorales) del Marqués. "Una es divertidamente perversa y la otra, melancólicamente buena y dulce. Una sufre todos los males, pero sigue esperando la bondad de la naturaleza humana, mientras que la otra ha entendido que el hombre es irremediablemente malvado y que más vale ejercer el mal que sufrirlo", había declarado Huppert a la página Sceneweb. A través de varios juegos de luces, que oscilaban entre el azul y el amarillo, la actriz pasó de ser Juliette a convertirse a Justine, estableciendo un diálogo imaginario entre ambos personajes que le permitió exhibir sus múltiples registros en este recital con aires de competición olímpica.
Una de las grandes atracciones de esta edición del festival consistía en descubrir a la gran dama del cine y el teatro enunciando las obscenidades escritas por Sade. Especialmente, en vista de su historial de papeles, en el que han predominado las mujeres ariscas, torturadas y, precisamente, algo sádicas. No dejaron de escucharse risillas algo adolescentes cuando se le oyó describir el tamaño de un miembro viril o discurrir sobre distintos tipos de penetración, entre un público formado por 2.000 personas, entre las que no faltó la plana mayor de la intelligentsia parisiense. Se pudo ver al cineasta Jacques Audiard, al escritor Édouard Louis o al profesor Tom Bishop, especialista en Beckett y Sartre y eminencia de los French studies en Estados Unidos.
"No es un sitio que me dé miedo. Nunca lo he percibido como un lugar hostil", decía Huppert hace unos días respecto a la antigua residencia papal, donde se suelen representar las obras más esperadas y donde ella triunfó interpretando a Medea hace 15 años. Pero, durante la lectura, su rostro se vio asaltado por el pánico. Había algo fascinante en descubrir a la actriz, de rostro habitualmente impasible, desestabilizada por el mal tiempo. Como una mujer orquesta, pasó las páginas de su libreto con una mano y peinó su melena alborotada con la otra, mientras intentaba colocarse bien el micrófono y se sujetaba el vestido con el pie izquierdo para evitar quedar en paños menores. La técnica de la actriz y el propósito del filósofo fueron arrastrados por el vendaval, que impidió escuchar el texto con la atención requerida. Huppert no tuvo su mejor noche, pero llegar al final ya era una victoria. Recibió una merecida ovación. Pero tenía al público en el bolsillo desde el primer minuto: podría haberse quedado en silencio durante hora y media, y el resultado no habría cambiado demasiado.
Existía también cierto placer sacrílego en el hecho de escuchar resonar un texto tan abiertamente anticlerical en la antigua sede del cristianismo. "Me gustan los vicios; aborrezco la virtud. Soy enemiga jurada de todas las religiones, de todos los dioses", concluyó Huppert tras luchar con el mistral. "No temo ni las desgracias de la vida ni las consecuencias de la muerte. Y aquel que se parece a mí, logra ser feliz". Encarnaba entonces a una Juliette triunfante tras la muerte de la cándida Justine. El vicio terminó ganando a la virtud. Estando Sade y Huppert en el ajo, tampoco podía ser de otra manera.
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