‘The Jesus & Mary Chain’, a la altura de sus recuerdos
La banda escocesa evocó en el BBK Live la distorsión torturada de los ochenta
Fue justo al acabar Cut Dead y antes de empezar In a hole. Jim Reid echó un vistazo rápido a la lista del repertorio y era difícil entender qué dudas podía tener el cantante de The Jesus & Mary Chain si, como era el caso, se trataba de tocar su célebre debut, Psychocandy (1985), de cabo a rabo. Efectivamente, siguieron el orden y el shoegazing escocés de treinta años sonó en la segunda jornada del Bilbao BBK Live (de nuevo con un lleno de 40.000 personas) hasta ese amasijo de feedback y fuzz que es It's so hard. Pero el gesto de Jim Reid y cierta sensación al sucederse las canciones recordaban un poco ese momento en que el abuelo saca el album de fotos que siempre le piden los nietos y tiene que hacer esfuerzos para reconocer a ese extraño adolescente en blanco y negro.
En todo caso, Jim Reid hizo todo lo que pudo, que fue mucho, como el que trata de descifrar su propia caligrafía en una nota escrita a mano hace años. Con paciencia y dignidad. Su hermano, William Reid, lo tenía algo más fácil gracias a dos enormes amplificadores Orange, un apoyo mecánico muy efectivo para traer al aquí y ahora todo ese muro de sonido torturado del 85. A mi lado, una chica insistía en que no sonaban todo lo fuerte que deberían, que el BBK es un recinto demasiado grande y que los Jesus & Mary Chain eran los padres del noventa por ciento de todo lo que se podía ver estos días por aquí. Algo de razón tenía, pero, claro, el concepto intensidad no es el mismo en 1985 que en el 2015, cuando las bases, las programaciones, el drum'n'bass, pueden tumbar cualquier distorsión conocida. Mientras tanto, en el escenario, los hermanos Reid seguían ejecutando pista a pista el Psychocandy, que había arrancado con la célebre y estremecedora Just like honey. Y lo curioso era que a medida que avanzaban por el disco ganaban terreno en ese proceso de reconocimiento de los chavales que fueron y las canciones que escribieron, de forma que cuando sonó My little underground uno ya veía a Jim Reid totalmente metido en la piel que habitó hace treinta años. Cuando acabó el repaso a un disco que interpretan en esta gira porque eso-es-lo-que-pide-el-público, The Jesus & Mary Chain se vieron liberados en cierto sentido. Cerraron el album y contaron las batallas que les apetecía. Fueron tres bises, April Skies (1987), Head On (1989), Some Candy Talking (1985) y Reverence (1992), que a medida que se acercaban al presente ganaban en rabia y sangre. Con la última, Jim Reid se atrevió incluso a arrojar al suelo el pie de micro mientras gritaba eso de I wanna die just like Jesuschrist. Y el público se fue feliz de escuchar esta actuación única en España y de haber celebrado, también, a la familia. Un respeto.
Otros escoceses, We were promised Jetpacks, habían estado entre las primeras bandas de la tarde, en una jornada igual de soleada que la anterior pero con unas rachas de viento inesperadas que obligaron a dejar a media asta los video-walls de los escenarios principales. El quinteto escocés ofreció un buen concierto, con ese punk melismático tan particular, como si cantara un coro de niños que se acaban de escapar del orfanato.
Después de su actuación, y en un cambio de tercio drástico y quizá complicado, llegaba al escenario principal la rapera Azelia Banks, conocida por sus broncas en Twitter, sus posados y ese 212 que ya va por los 94 millones de reproducciones en YouTube. Azelia, arropada por una estructura mínima consistente en DJ Cosmos y un cuerpo de baile de dos, chica blanca y chico negro, arrancó a gritos con un megáfono en la mano, proclamando I wanna be free. La rapera de Harlem, desde luego, tiene un flow impresionante, se permitió hacer una pequeña pieza latina en un español más que correcto (mira como baila la nena morena), y alternó las composiciones de su largo Broke with expensive taste con alguna del Ep 1991. Cambió de gafas y vestuario antes de atacar la parte final del show, pasando del vestido de tubo a los shorts y funcionó muy por encima de la media en ese tramo tan complicado de la tarde, provocando el delirio cuando el house zumbaba fuerte y ella gesticulaba con su sexo y el del resto del auditorio. Si hay que poner peros, tanta fuerza la dejó un poco rota para lo que tenía que haber sido la traca final, el hit 212, un tanto fallido.
Mención especial en la segunda jornada se la merece el británico James Bay. Presentado como el penúltimo cantautor folk-rock de nueva generación, uno podía pasarse por el segundo escenario con ciertas precauciones. Bay, flacucho y sombrero, con la apariencia de ser el sobrino de Elliott Murphy, despista un poco cuando toca las canciones de Chaos and the calm que tienden más al pop-rock. Pero lo cierto es que tiene una voz privilegiada, unas composiciones notables y un gusto para tocar la guitarra poco común en un frontman. A pesar de que en un festival se supone la obligación de cierta vigorexia emocional, creo que gustó más cuando presentó su lado reposado, en Running o Let it go. Aparte de la comunión final con el público en que se convirtió su éxito Hold Back the River, merece especial mención la versión de Alicia Keys If I Ain't Got You, convertida en un señor blues que Bay cantó de forma soberbia y remató con un solo de guitarra que permite creer en él más allá de cualquier single.
En el inicio del tramo final de la noche, el cuarteto indie británico Alt-J hilvanaron con precisión, gusto y aplauso una propuesta arty efectiva. Y en el escenario grande, Ben Harper, ya un clásico en el BBK, sólo tuvo que coger de la mano al público y pasearse por ese soul-rock de raices tan jugoso y tan verdadero hacia las profundidades de la noche.
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