‘Arrepentimiento’ (6): ‘Para siempre’
Carlos López (Madrid, 1962), guionista de 'El Príncipe', concluye su relato. La policía novata descubre quién ha sido el autor material del crimen y también desenmascarará al inductor
Esa noticia contribuirá a su recuperación. La implantación del doble bypassha compensado la necrosis del miocardio, el corazón ya bombea la sangre a ritmo de polca, así que en cuanto Mario abre los ojos no dudan en comunicárselo: la policía ha detenido en Canarias al asesino de los seis disparos, un camello es el autor material del crimen y el hermano pequeño del narco también ha sido llevado ante el juez en calidad de instigador. Puede respirar tranquilo.
Es un éxito personal de la policía novata, que ha resuelto con éxito y celeridad el primer caso criminal de su carrera. El interrogatorio de Rober les condujo hasta quien expuso el encargo y una vez ejecutado lo pagó, un tipo que se mueve con tanta farlopa en los bolsillos, la cartera, la guantera y maletero que podría haber pasado varias décadas en la cárcel de no ser porque antes de llegar a juicio aceptó delatar a Juan Francisco Espinoza a cambio de adquirir la condición de testigo protegido.
Entonces mira a su mujer, a su lado en la cama, preocupada porque lo ve pálido y sudoroso
Lo será durante los siguientes cinco años, hasta que los recortes obligados por la crisis impongan a los jueces una gestión escrupulosa de los dineros públicos y el delator se vea de pronto en la calle sin protección alguna. Lo matarán al día siguiente, en un bar, cuando vaya por la segunda cucharada de un gazpacho de menú. A bocajarro. Sin preguntar.
Gracias a su delación han agarrado al hermano pequeño del narco, que da dinero suficiente como para pagarse un buen abogado que consigue una rápida extradición. Juan Francisco cumple hoy su pena en una cárcel colombiana, con dos televisores de cuarenta y dos pulgadas en su celda. Los dos, permanentemente encendidos, a todo volumen. Todos los internos del patio pueden oírlo. Que sufran.
De vuelta a casa, semanas después de recibir el alta, Mario aún tiene pesadillas. En una de ellas, la más recurrente, se ve a sí mismo contemplando una pera de piel rugosa y moteada; acariciando la piel de su amante; sorprendido ante la pistola que el chaval de la gorra saca del bolsillo; culpable tras la explosión de placer clandestino; con el brazo extendido que señala a un paciente que ronca.
Y un bramido de ese roncar acaba por despertarle.
Entonces mira a su mujer, a su lado en la cama, preocupada porque lo ve pálido y sudoroso. Mario decide dar el paso y mostrarse sincero, ella lo está esperando.
Está arrepentido. Nunca más volverá a hacerlo. Ya está bien de jugar como un niño, de poner todo en cuestión por un capricho del que le costará prescindir, sí, pero el esfuerzo valdrá la pena. Mario se incorpora levemente y lo confiesa: a partir de mañana, dejará el tabaco para siempre. A pelo, sin parches ni hostias. ¿Contenta?
Después, Mario desvía la mirada a la ventana. El primer rayo del alba golpea silencioso el cristal. Ha terminado el invierno.
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