Las comedias bárbaras de Mo Yan
El escritor, a la magnitud fantasiosa y fantasmagórica de la fábula, le añade el vitriolo del esperpento


El lector que llegue a la última página de Trece pasos se hará quizá la misma pregunta que yo: ¿cómo he sido capaz de llegar hasta aquí sin que me saliese al camino el fantasma del aburrimiento? ¿Qué me ha contado exactamente Mo Yan? La lista de hechos cómicamente memorables que contiene Trece pasos abrumaría al cielo. ¿Y qué decir de sus voces? Un narrador a medio camino entre el hombre y el pájaro, otro narrador, y otro más deslizándose por debajo, hasta que todos parecen enloquecer con su propia narración… Vivos que se hacen pasar por muertos y muertos que se hacen pasar por vivos; mujeres desbocadamente lascivas como algunas heroínas de ópera, pero retratadas ahora en los agitados apriscos del partido, donde todas las pasiones tienen cabida.
Resulta curioso comprobar cómo a veces las dictaduras prolongadas generan un tipo de literatura que se ubica en las antípodas del realismo socialista sin por eso dejar de mostrar elementos muy significativos de la sociedad, si bien en forma de fábula desmedida. El maestro de esa tendencia era hasta ahora Bulgákov, pero mucho me temo que Mo Yan lo está superando, porque a la magnitud fantasiosa y fantasmagórica de la fábula le añade el vitriolo del esperpento. Dicho en otras palabras: nos hallamos ante una farsa estructurada de una forma tremendamente inteligente y barroca, en la que oscilan, se funden y se confunden diferentes planos narrativos y diferentes espacios. Un ejercicio de un preciosismo extenuante que no acaba de aclararlo todo respecto a Mo Yan y su estrategia, pero que una vez más muestra a un autor de una exuberancia verbal y una genialidad narrativa innegables. La risa está más que asegurada en esta gigantesca comedia bárbara, en este gran esperpento.
Trece pasos. Mo Yan. Traducción de Juan José Ciruela Alférez. Kalias. Madrid, 2015. 504 páginas. 22,90 euros.
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