Las tres Vienas
La pianista georgiana Elisabeth Leonskaja tocó en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional las tres últimas sonatas para piano de Franz Schubert
Quienes estuvieran allí, difícilmente lo habrán olvidado. El 27 de enero de 2009 Elisabeth Leonskaja tocó en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional las tres últimas sonatas para piano de Franz Schubert. Finalizada la interpretación de estos tres colosos, y tras más de dos horas de recital, aún tuvo fuerzas para ofrecer un impromptu del mismo compositor fuera de programa. Pero lo que dejó a todos sin aliento fue su segunda propina: la Fantasía “Wanderer”, veinte minutos largos del Schubert pianístico más exigente técnicamente que sembraron el pasmo entre los asistentes a aquel concierto.
Franz Schubert, Sonatas D. 557, 566, 840 y 958. Arnold Schönberg, Piezas op. 19. Elisabeth Leonskaja (piano). Auditorio Nacional, 29 de mayo.
Leonskaja cumple 70 años dentro de unos meses y sigue en posesión de esa misma energía en apariencia inagotable. Ahora acaba de iniciar en Madrid un ciclo de seis conciertos en el que interpretará todas las sonatas para piano (completas e incompletas) de –una vez más– Schubert, contrapuestas a la integral pianística de Schönberg, Berg y Webern. Hay tres Vienas, pues, en juego: la clásica de Schubert, la que representan los tres adalides de la llamada Segunda Escuela de la capital austríaca y la ciudad que acogió a la pianista georgiana en 1978 cuando decidió abandonar la Unión Soviética, y en la que vive desde entonces.
Originalmente iba a tocar piezas juveniles, y sin número de opus, de los creadores del atonalismo y el dodecafonismo pero, con buen criterio, Leonskaja ha decidido finalmente ceñirse a las obras publicadas y aprobadas –pocas, pero sustantivas– por Schönberg, Berg y Webern. En este primer concierto ofreció las Seis Pequeñas Piezas op. 19 del primero, auténticas miniaturas –la primera tiene solo 17 compases– que reforzaron la revolución atonal iniciada en las Tres Piezas op. 11 dos años antes y que Leonskaja supo revestir de lirismo, suavizando sus aristas y destilando gota a gota todo el jugo de esta apoteosis de la concisión, situada en las antípodas de la desmesura los Gurre-Lieder, concluidos en idéntico año, 1911. No es su repertorio natural, pero supo tocarlas como si lo fuera.
Schubert sí ha sido un compañero fiel y constante durante la gloriosa carrera de Leonskaja y va a ser el hilo conductor permanente de estos seis conciertos. Ocho años en la vida de un compositor que murió con 31 es una inmensidad, de ahí que se perciba todo un mundo entre las dos sonatas incompletas de 1817 que abrieron el recital y la también inconclusa Sonata D. 840 que cerró la primera parte. Leonskaja se mostró menos convincente de lo habitual en aquellas, cuyas carencias formales son difíciles de disimular, mientras que volvió a ser plenamente reconocible en esta última: el final de su Andante, tocado con el poso que habíamos echado antes en falta, y extremando los contrastes dinámicos, fue lo mejor de la primera parte y el anuncio de lo que nos aguardaba en la segunda, la Sonata D. 958, que abre la milagrosa trilogía compuesta por Schubert dos meses antes de su muerte.
Al contrario de lo que suele ser habitual –y el mejor ejemplo es Sviatoslav Richter, su mentor–, Leonskaja no tiende con el paso de los años hacia tempi más reposados. Fuerza y hondura van unidas en sus versiones a un ímpetu y una voracidad musical incontenibles, aunque lo mejor de su propuesta, y de todo el concierto, fue otra vez el movimiento lento, que podría coronarla por sí solo como uno de los mejores intérpretes actuales de Schubert. Fuera de programa tocó el Impromptu op. 142 nº 2, que no hizo más que ratificar estas credenciales. Pero esta vez no hubo luego Fantasía “Wanderer”: la tocará el próximo jueves.
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