En los camerinos con The Black Keys o la historia de una banda mal avenida
El exitoso dúo estadounidense habla con EL PAÍS un par de horas antes de su actuación
Al final del camerino, que retumba en la parte trasera del escenario con los últimos zarpazos de rabiosa electricidad de The Replacements, espera sentado en un amplio sillón Dan Auerbach, cantante y guitarrista de The Black Keys, uno de los últimos grandes fenómenos musicales de la música independiente norteamericana. La otra cara visible de este dúo, que ha conseguido llegar a grandes audiencias con su robusta propuesta de blues-rock, es Patrick Carney, pero anda en otra habitación. No es casualidad. La entrevista con The Black Keys se tiene que hacer, a petición de ellos, con sus dos miembros por separado. Tal y como se comprueba en la carpa privada, por donde se ven los trastos de The Replacements y pasea un elegante Baxter Dury, algo no funciona en la pareja, que ha puesto como condición que no se les pregunte por sus carreras paralelas al margen de la banda, como si esos otros escarceos artísticos metiesen el dedo en una llaga que escuece.
Con las espaldas de un jugador de fútbol americano, Auerbach espera mirando el móvil y agarrado a una de sus guitarras. “Voy a empezar a poner en marcha la máquina”, dice con una vaga sonrisa, dejando caer su mirada cansada sobre el instrumento, que empieza a tocar a los pocos segundos de hablar. Apenas un par de horas después sobre el escenario, con una audiencia entregada sobre todo a los himnos de El Camino, el pletórico disco que en 2011 les catapultó al estrellato, esa máquina echa chispas, con electrizantes punteos y abrasivas distorsiones, aunque el sonido en una parte del recinto llegue defectuoso y su inconfundible personalidad de garage y graduación blues se ha estandarizado en algo con más esteroides, cierto, pero menos fibra sonora. Sobra músculo pero falta auténtico empuje. “Antes no sonábamos en el radio y ahora sí. Si ahora nos identifican con el pop es por eso, porque no creo que nuestra música sea distinta”, se defiende Aurbach, sin dejar de pasear sus dedos sobre las cuerdas. “Imagino que nuestra música forma parte ya de este mundo diverso y puede funcionar en un festival como el Primavera Sound”, apunta minutos más tarde el baterista Carney, que, ataviado con una chupa de cuero y debido a su altura, casi no entra por la puerta.
Tal vez, tenga que ver la fría relación que transmiten sobre el escenario, escenificada en una carpa en la que no se dejan ver juntos y plasmada inevitablemente en su último disco, Turn Blue, un trabajo fallido que sitúa en un territorio insípido y poco inspirado a estos dos tipos que comenzaron su meteórica carrera grabando en un sótano de Ohio, en Estados Unidos, y mandando una maqueta a la discográfica con un mensaje clarividente: “Somos jóvenes, inocentes y tenemos hambre de carretera”. “No fueron comienzos fáciles aunque lo parezca por cómo se han dado las cosas. En el instituto sumamos muchos fracasos”, explica Carney, que conoció a Auerbach en clase y desde entonces se hicieron inseparables. En aquellos años fue cuando surgió una simbiosis musical fascinante, alimentada por discos de blues y rock. Como recuerda Carney, “entonces decidí dedicarme a tocar tras escuchar Jimi Hendrix, Sex Pistols y blues, pero sobre todo Nevermind de Nirvana”.
Con la revolución que supuso Nirvana para la música independiente norteamericana, esos jóvenes inocentes y con hambre, que ahora piden camerinos separados, marcaron una nueva vía con adictivos álbumes como Brothers, Thickfreakness o El Camino. Como antes hicieron The White Stripes, con los que siempre se les ha comparado. Pero aquí otra condición de la entrevista: no se puede pronunciar el nombre de Jack White. El riesgo es máximo. No es cuestión de comparaciones entre la calidad de ambos grupos, que han sido protagonistas del indie de este siglo XXI con sus exitosas propuestas revisionistas, sino que Auerbach no quiere oír hablar de White tras verse involucrado en un lío con su exmujer, la cantante y modelo Karen Elson. En un correo electrónico que vio la luz en la prensa estadounidense, el músico de The White Stripes llegó a calificar la música de The Black Keys de “mierda” y a Auerbach de “gilipollas”.
Pero las tensiones que más deben preocupar a Auerbach son las generadas dentro de The Black Keys, que llevan años arrastrándose mientras él y Carney hacen proyectos en solitario o con amigos, mientras están en la cresta de la ola, haciendo malabarismos para que en el mar del éxito no se pierda definitivamente eso que apunta Carney, al que se le escapan bostezos cada dos frases: “Es la pasión lo que marca la música”.
Babelia
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