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FESTIVAL DE CANNES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una Palma de Oro sorprendente, aunque aceptable, a Audiard

Tengo la sensación de que este año ha aumentado la duración de la ceremonia de clausura de Cannes. O, al menos, a mí me ha resultado interminable

Carlos Boyero
El director Jacques Audiard, con la Palma de Oro de Cannes.
El director Jacques Audiard, con la Palma de Oro de Cannes.ANNE-CHRISTINE POUJOULAT (AFP)

Tengo la sensación de que este año ha aumentado la duración de la ceremonia de clausura de Cannes. O, al menos, a mí me ha resultado interminable. Y aún más empalagosa que de costumbre. Ignoro el nombre de los guionistas que escriben los textos que recitan los personajes que entregan los galardones, pero su aliento poético era excesivo. Las explicaciones líricas sobre lo que suponen los guiones, la dirección, la interpretación, me han parecido tan afectadas como cursis. Uno acaba harto de lo que según ellos significa amar el cine, los sueños y la magia que le impregnan, todo el consabido, tierno y trascendente rollo.

Aunque el jurado lo presidieran los hermanos Coen, de los que no he sabido nunca el cine que admiran, aunque imagino que entre sus compatriotas figuran directores como Robert Altman y David Lynch, han decidido bendecir abusivamente al cine francés. La Palma de Oro a Dheepan, dirigida por Jacques Audiard, ha causado cierta sorpresa. Es una buena película que relata la cruda supervivencia en París de una falsa familia de inmigrantes. Huyendo del horror y del conflicto permanente en Sri Lanka, un guerrero derrotado, una mujer y una niña que acaban de conocerse falsifican su identidad y se unen para que les permitan salir del país. Audiard narra con credibilidad y atractivo los intentos de los que no poseen nada para buscarse la vida en un mundo y un idioma que desconocen, que les condena a la clandestinidad, al riesgo permanente y a trabajos lamentables en el afortunado caso de que los encuentren. No tiene la fuerza de Un profeta, que tal vez sea la mejor película que ha rodado, pero el dramatismo y la veracidad que desprende la situación de estos personajes, tan perdidos y anhelantes por encontrar un hueco en el nuevo mundo, es notable.

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El premio de interpretación femenina lo han compartido la francesa Emmanuelle Bercot por su olvidable actuación en Mi rey y la extraordinaria y sutil Rooney Mara dando vida a una joven desconcertada y atemorizada al enamorarse de una mujer bastante mayor que ella, casada y sofisticada en Carol, la película que más me ha gustado de la sección oficial y que ha tenido que conformarse con un reconocimiento tan rácano. Y el premio de interpretación masculina le ha caído del cielo al actor francés Vincent Lindon, señor que más que sobrio parece disponer de un solo gesto por su trabajo en La ley del mercado, cine social nada memorable que cuenta fatigosamente las tribulaciones para reinventarse de un cincuentón que ha perdido su trabajo. Si comparas su interpretación con la de Michael Caine en Juventud, te asalta el rubor. Pero Caine ya tiene dos Oscar, es una venerada leyenda del cine internacional, habrán pensado que no necesita más premios. Lo de siempre.

La película húngara Hijo de Saúl ha conmovido a casi toda la crítica. También al jurado que le ha otorgado su Gran Premio. El macabro escenario es un campo de exterminio nazi. El muy joven director László Nemes planta la cámara en el rostro de un prisionero judío, obsesionado con enterrar dignamente a un niño y no abandona este agobiante primer plano hasta el final. El espanto que se practica a su lado lo escuchamos y lo sentimos pero no se ve. Bueno, yo lo siento bastante menos que en películas escalofriantes sobre el Holocausto como La lista de Schindler y El pianista. Nemes utiliza un lenguaje experimental y al parecer emocionante para describir aquel infierno. Reconozco su originalidad, pero casi prefiero el clasicismo y enterarme cristalinamente de lo que me están contando que utilizaban Spielberg y Polanski.

El supuesto maestro del cine taiwanés, o del cine moderno a secas, un señor llamado Hou Hsiao-Hsien, cuyo solo nombre me provoca temblores, ha contado al recibir el premio al mejor director lo complicado que es recibir financiación para el cine de autor, convencido de que es lo que él hace. Pero miro su cargante filmografía y constato que no es exigua. Si la autoría está representada por el incomprensible y más que tedioso cine de este hombre, ya solo me van a gustar los artesanos y los directores convencionales que sé lo que me están narrando.

Y el Premio del jurado a La langosta, del pretencioso destroyer y muy de moda director griego Giorgos Lanthimos, tampoco me convence. El arranque es original y tiene su gracia pero después la pierde toda.

Ha sido un Cannes con nivel bastante aceptable. Sin demasiadas películas apasionantes, para mí lo son Carol, Juventud y la última y maravillosa entrega de la productora Pixar titulada Inside Out, pero no han proliferado excesivamente los engendros para modernos, esas películas que comienzan y terminan su inútil vida en su paso por los festivales.

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